El miércoles pasado estuvo en Barbate Fermín Aparicio Sáez presentando su libro La infancia palestina y la supervivencia. Hacia el final de las pesadillas (Madrid, Diwan Mayrit, 2024). El acto, organizado por la Asociación Pro Derechos Humanos de Andalucía, tuvo lugar en la Tienda d'Straza, y contó con la participación de Inés Foncubierta y Antonio Roldán.
Foncubierta se refirió a que el acto estaba incardinado con el Día Internacional de los Derechos Humanos (celebrado el día anterior), como uno más de los que desde hace años organiza la sección local de la APDHA, recordándonos la necesidad de mantener viva su defensa. Roldán, por su parte, resaltó a Rolf Reichert, profesor y escritor alemán de origen judío, que durante muchos años llegó a tener una casa en Conil, donde acabó muriendo. Fue el autor del libro Historia de Palestina, publicado por primera vez a finales de la década de los sesenta, del que Roldán nos leyó un pasaje de su Prólogo:
Desde tiempo inmemorial existía en Jerusalén una costumbre emocionante: los niños judíos y musulmanes nacidos en el mismo barrio y en la misma semana eran tratados por sus familias como hermanos de leche: el niño judío era amamantado por la madre musulmana y el niño musulmán por la madre judía. Esta costumbre establecía relaciones íntimas y duraderas entre las dos familias y las dos poblaciones. La costumbre cayó en desuso.
Una convivencia que se fue perdiendo desde principios del siglo XX entre las tres comunidades religiosas, fuera musulmana, cristiana o judía, que se rompió con la llegada progresiva de colonos judíos procedentes de distintas partes del mundo.
Pero centrándonos en el libro que nos ocupa, estamos ante unos relatos en los que, como se indica en el título, los niñas y las niñas de Palestina de nuestros días son sus protagonistas. Niños y niñas de "la tercera generación de palestinos", como señala Yamil Mahmoud Abousada en el Prólogo. De entrada, lo que más llama la atención en lo que se cuenta son las distintas situaciones que viven, y sufren, en un contexto de guerra, destrucción y genocidio. Pero también se refleja una esperanza en sus vidas, dentro de un espíritu en el que la solidaridad y la resistencia como pueblo les lleva a no desistir.
Cada uno de los relatos parte de un hecho real, recogido de alguna noticia de prensa o de libros, sobre el que el autor ha ido desarrollando una historia. En buena parte esos hechos están implícitos, pero en ocasiones se mencionan explícitamente. Es lo que ocurre en "Nayla y Omar", donde la niña Nayla, herida gravemente en un bombardeo del ejército israelí, nos dice esto en un pasaje:
Poco a poco me voy muriendo, no escucho nada, no siento nada, esto debe ser la muerte, pienso que me estoy muriendo.Alguna vez escuché en algún sitio que cuando mueres es como entrar en un túnel completamente oscuro.
Y es al final del relato cuando averiguamos lo que le ocurrió realmente:
Dos semanas después la niña Marah [la Nayla del relato], también de Gaza, después de ser rescatada de debajo de los escombros de la casa familiar, bombardeada y destruida esa madrugada, cuando fue conducida al hospital y estaba siendo reconocida por el cirujano, preguntó: '¿pero estamos en un sueño o ha pasado de verdad y es la realidad'.
El recuerdo del pasado, con el fin de mantener la memoria de lo que fue su tierra hasta 1948, está muy presente. En "Milad Monther Wajih al-Raei", que tiene a un estudiante de Secundaria como protagonista, se cuenta de él lo siguiente:
Le gusta saber cómo era y cómo se vivía en Palestina antes de las resoluciones que provocaron la llegada masiva de colonos y la Nakba. Le gusta leer y estudiar cómo vivían juntos musulmanes, judíos y cristianos en pueblos y ciudades de Palestina (...). [Saber] cómo el cultivo más frecuente era el olivo, cómo el paisaje más común en los campos de Palestina eran miles de olivos plantados por todas partes, que eran el sustento de innumerables familias, y con la llegada de los colonos fueron arrancados como una forma más de expulsar a los palestinos de sus tierras.
Colonos israelíes que no han parado de poblar los cientos de asentamientos construidos y repartidos en Cisjordania o en los alrededores de Gaza. Protegidos por el ejército y libres de hacer uso indiscriminado de sus armas, sus habitantes no dejan provocar situaciones de humillación, desprecio y provocación, a la vez de ostentación de un mensaje religioso supremacista que busca legitimar esa ocupación. En "Murad y Ziad", por ejemplo, mientras los niños palestinos juegan a fútbol, se pone eso de manifiesto:
'¿Qué hacéis ahí?, ¿es que no sabéis que esta tierra no es vuestra?', dijo uno de los colonos dirigiéndose al grupo de niños. 'Nosotros vivimos aquí cerca y aquí no hacemos mal a nadie?', respondió Murad mientras recogía el balón y se dirigía al colono que hablaba. 'Esta tierra de cosechas nos fue dada por Dios porque somos hijos de Jacob. Cuando venga el Mesías, todos vosotros seréis nuestros esclavos, si sois dignos y os portáis bien'. 'Pero...', empezó a hablar Murad.En ese momento el colono sacó una barra de hierro e intentó darle en la cabeza.
La violencia mortal, tan permanentemente presente, no procede sólo de los bombardeos, sino que se asoma en cualquier situación, acompañada de gestos de deshumanización. Es lo que aparece en "Khaled", cuyo protagonista pertenece a una familia que, junto con otras, se ha visto forzada a trasladarse lejos de su hogar:
Khaled no entendía por qué su abuela se había caído al suelo mientras alguien le grit[aba]: '¡Khaled!, ¡corre!, ¡ven aquí!'. Se hizo el silencio de nuevo, mientras que el niño, en medio de su carrera, perdió una de sus zapatillas del Barça en la plaza, al lado de Rani [su abuela].Lo último que escuchó Rani antes de morir fueron dos cosas: unas carcajadas que provenían de uno de los tejados, donde pudo distinguir a alguien con uniforme del ejército israelí, y un grito que decía: '¡tocado y hundido!'.
Son niños y niñas a los que, pese a todo, no les falta soñar. Como, por supuesto, ser libres y vivir en paz. Y para el momento presente persisten en seguir adelante, en formarse lo más posible o en alcanzar aquellos estudios que les ayuden a mejorar las condiciones del presente y del futuro de su pueblo. Por eso, quienes puedan hacerlo, se orientan hacia la medicina, el magisterio, la ingeniería o la arquitectura, aprovechando incluso las becas solidarias que se ofrecen desde otros países. Es así como en el relato ya referido de "Murad y Ziad" el hermano mayor de Murad, Samir, no duda en darle por carta un consejo lleno de esperanza y dignidad:
Una cosa más, no os calléis nunca ante las provocaciones y humillaciones que os puedan hacer, pero, además, como ya os he dicho alguna vez, estudiad, estudiad y formaos.
Unas palabras que dan sentido a la segunda parte del título del libro, para que se ponga final a las pesadillas.
Y para acabar, un detalle importante: la recaudación por la venta del libro tiene como destino la UNWRA, la organización de Naciones Unidas que se dedica a ayudar a la población palestina refugiada, y que es víctima, además, del acoso y persecución por parte de Israel.