Publica hoy elDiario.es un artículo de Íñigo Sáenz de Ugarte titulado "La historia del control del Sahara por Marruecos comenzó hace 55 años en una operación del Mossad en París", que trata sobre lo ocurrido en octubre de 1965 cuando el dirigente opositor marroquí, Mehdi Ben Barka, fue asesinado en París dentro de una operación donde participaron los servicios secretos franceses, marroquíes e israelíes.
Lo que ha querido poner de manifiesto es la relación que tiene ese suceso con el reciente reconocimiento por Donald Trump de la soberanía de Marruecos sobre el Sáhara Occidental y el establecimiento de relaciones diplomáticas entre Marruecos e Israel. No hay nada nuevo en lo fundamental, cual es la complicidad del régimen marroquí con el estado de Israel, salvo que durante décadas se han mantenido unas apariencias que hacían del país norteafricano un estado más del bloque árabe, defensor de los derechos de la población palestina.
Sobre la base de un libro del periodista israelí Ronen Bergman, publicado en 2018, lo que hubo en 1965 fue un trueque de servicios entre dos estados. Al parecer, durante la Cumbre Árabe celebrada en Casablanca en el mes de septiembre los servicios marroquíes pusieron a disposición de los israelíes las conversaciones mantenidas por los representantes árabes, que fueron interceptadas a través de los dispositivos de escucha instalados en los distintos lugares de reunión. Una información valiosa para Israel, que le sirvió dos años después durante la Guerra de los Seis Días. Marruecos, por su parte, obtuvo de inmediato la participación del Mossad en el operativo organizado contra Ben Barka, que tenía como objetivo su eliminación física.
Siguiendo el hilo del artículo de Sáenz de Ugarte y del opúsculo El escándalo Ben Barka (Madrid, ZYX, 1967), escrito por Juan Castellá-Gassol, resulta evidente que lo ocurrido en esos años fue un hecho grave, hasta el punto que en algunos medios políticos franceses llegó a hablarse de un escándalo político equiparable al asunto Dreyfus.
Ben Barka era un personaje popular en Marruecos, como líder de la UNFP (Unión Nacional de Fuerzas Populares), principal fuerza opositora democrática, y una figura internacional en ascenso, como uno de los referentes del naciente movimiento de países del Tercer Mundo. En 1962 se vio obligado a exiliarse, ya con Hassán II en el trono, por sus denuncias de la naturaleza autoritaria y corrupta de la monarquía. Para Mohamed Oufkir, jefe de policía y desde 1964 ministro del Interior, la captura de Ben Barka resultaba primordial, lo que consiguió tres años después.
Un totum revolutum franco-marroquí-israelí, en la que no faltaron mercenarios franceses del mundo del hampa, culminó con el apresamiento de Ben Barka. Mientras la parte marroquí se encargó de su interrogatorio, tortura y asesinato, la israelí fue la que trasladó e hizo desaparecer el cuerpo, que permanece todavía desaparecido. En su día se llegó a considerar que el propio Oufkir estuvo presente en el interrogatorio y hasta pudo haber sido el autor de su muerte mediante una daga.
Sea cierto o no, sí lo fue durante esos días estuvo visitando la capital francesa. Como también que el ministro del Interior francés, Roger Frey, dejó que regresara, sorpresivamente, a Marruecos. Y que a lo largo de las semanas siguientes se fuera sucediendo una cadena de muertes extrañas, con suicidios incluidos, de personas involucradas o encargadas de la investigación del caso.
Si Castellá-Gassol ya mencionó la participación de "los servicios secretos israelitas", utilizando como fuentes a dos periodistas, también israelíes, que fueron condenados en su país a un año de cárcel por haberlo sugerido en el periódico Bul, Bergman hizo lo propio medio siglo después.
¿Y EEUU y sus todopoderosa CIA? Castellá-Gassol hizo esta apreciación al respecto: "Hassan II parece dúctil a Washington, pero conserva briznas de independencia. Oufkir parece más seguro a los militares del Pentágono...". No resulta difícil considerar que en plena Guerra Fría EEUU dispondría, al menos, la suficiente información acerca de lo ocurrido con Ben Barka. Como país aliado de Marruecos e Israel, y más que receloso con el papel que estaba jugando Ben Barka en el escenario internacional, para la superpotencia occidental su destino le importaba un bledo, incluida la forma como se llevó a cabo el asesinato.
En la parte final de su trabajo Castellá-Gassol escribió: "En el juicio montado en París contra los raptores se juzgó solamente a los peones de una jugada magistral planeada en las esferas de la alta diplomacia por los elementos que nunca serán procesados". No lo han sido, en efecto, como tampoco siguen sin aparecer los restos mortales de Ben Barka.