martes, 23 de junio de 2020

Estandarte Amatista, una novela de David Chamorro L.

Hace un par de semanas acabé de leer la novela Estandarte Amatista (Universo de las Letras, 2020), obra de David Chamorro L. Cuando su hermana me la ofreció, no dudé en adquirirla: su autor, como ella misma, fue alumno mío en el instituto Trafalgar durante los años 90.

Estamos ante una novela extensa (700 páginas), lo que no impide que su lectura resulte amena. Podría ser incluida dentro del género de la novela histórica, pero, en mi opinión, quizás no lo sea en sentido estricto. Otra cosa es que, en su desarrollo, la preocupación por desentrañar determinadas situaciones históricas pueda llevar a incluirla en ese género.

Está planteada desde una trama que tiene lugar en nuestros días, pero que tiene relación con algo ocurrido a principios del siglo XVI, lo que hace que se trate de dos historias paralelas, cada una con un protagonista principal: Thiago Malia (un guiño a Barbate, el municipio natal del autor) y Quinto Gálvez. El primero, un joven, atrevido y descreído profesor universitario de Historia Antigua; y el segundo, un humilde monje jerónimo, experto en la traducción de textos bíblicos del griego al latín. Y los dos, como se escribe en la contraportada del libro: "Peones de un tablero orquestado por diferentes y poderosos intereses encontrados".

Los otros personajes de la historia actual pertenecen en su mayoría a dos grupos religiosos integristas rivales, a los que se pone nombres ficticios: de un lado, Elegidos, un grupo que defiende un cristianismo alejado del papado romano; y de otro, Viam Dei, defensor de la ortodoxia católica, a cuyos miembros no les importa hacer de los asesinatos el medio para combatir al anterior. Hay una mención a personajes reales de nuestros días, como ocurre con dos relacionados con el robo de bebés durante el régimen franquista y la Transición: sor María y el doctor Vela. No falta la alusión a la realidad del tránsito de inmigrantes a través del Mediterráneo. Y en el caso del siglo XVI, tampoco falta la presencia de personajes históricos como Antonio de Nebrija, el cardenal Cisneros y hasta el emperador Carlos, y del maremágnum político-religioso por donde pululan inquisidores, erasmistas, neoconversos y judíos.

El elemento clave de la trama de la novela es el Evangelio de Judas, escrito desde lo que se denomina como Fuente Q, y centro de disputa en medio del conjunto de textos que potencialmente conforman el Nuevo Testamento: desde los evangelios, canónicos o apócrifos, hasta las Epístolas de Pablo o los Hechos de los Apóstoles. Conseguir llegar a la única copia del citado Evangelio, guardada en el Vaticano y traducida al latín por  Quinto Gálvez, es el objetivo que se ha marcado Elegidos. Evitarlo, el de Viam Dei. Y como la cabeza que debe traducir el texto está Thiago Malia, que se ve atrapado, sin quererlo, por un doble afán: averiguar quiénes son sus padres biológicos, pues sabe que es una de las víctimas de la trata de menores; y hacerse valer como investigador, pues en su departamento universitario no deja de ser considerado una oveja negra, ya que prefiere el empleo de fuentes escritas, incluidas lenguas "muertas" como el arameo, frente a las arqueológicas. 

No voy a meterme en las referencias constantes acerca del valor histórico de las distintas fuentes escritas de los primeros momentos del cristianismo. Tampoco a las interpretaciones teológicas y en ellas, del papel jugado por personajes como Pedro o Pablo, de la veracidad del contenido de los diferentes textos, oficiales o no, del Nuevo Testamento, o de la naturaleza de la institución del papado. Eso merece otro tratamiento*, que no es lo que nos ocupa en esta ocasión. Me interesa la novela en lo que contiene y cómo está estructurada. Lo que, según mi humilde opinión, resulta más que interesante. Quizás, salvo ciertas exageraciones en las vicisitudes sufridas por el protagonista principal, Thiago Malia, con demasiadas situaciones de riesgo mortal a sus espaldas, y alguna cosa más.

El pero que pongo no está en la novela en sí, sino en su presentación. Adolece de un cuidado formal que deber ser corregido cuando, si así ocurre, se haga una reedición. Necesita una mejora de los signos de puntuación, la ortografía, algunos aspectos del estilo y dar uniformidad a la tipografía. Son los riesgos de las autoediciones.

Y para acabar, me llama la atención el doble mensaje que -creo- pretende el autor: apostar por el conocimiento, esto es, la necesidad de saber todo lo que sea necesario; y alertar sobre los dogmas, que siempre llevan a la intransigencia

En todo caso, felicito al autor por su ambiciosa propuesta y el buen resultado conseguido, que espero que tenga su continuidad con otras obras. Da gusto que en este pequeño municipio que mira al continente vecino surjan personas dispuestas a hacer valer lo que pueden y saben.

* Entre las obras que pueden ayudar a entender la realidad del cristianismo de los primeros momentos, me atrevo a mencionar cuatro: A. Kryvelev, Historia atea de las religiones, v. I (Madrid, Júcar, 1982); Gonzalo Puente Ojea, Ideología e historia. La formación del cristianismo como fenómeno ideológico (Madrid, Siglo XXI, 1984); Gonzalo Puente Ojea, El mito de Cristo (Madrid, Siglo XXI, 2000); y Karlheinz Deschner, El credo falsificado (Tafalla, Txalaparta, 2005).