miércoles, 29 de mayo de 2019

Recordando a papá, el abuelo, don Juan...











































Hoy 
nuestro padre habría cumplido 105 años. Su recuerdo lo mantenemos vivo en la familia. En lo bueno, que era mucho, y también en esos momentos donde las desavenencias afloraban en una mezcla de lo generacional y de esas herencias recibidas que hemos hecho lo posible por evitar. 


Un maestro de escuela que llevó su entusiasmo a un pueblo perdido de la Sierra salmantina, Valdelageve, allá por los años de la República, cuando empezó a llevarse la cultura a quienes habían estado desde siglos en el olvido; que luego, ya en los años de la dictadura, supo adaptarse, en la villa de Tolosa, a ese mundo tan diferente como era el País Vasco, del que, a su  regreso, nos transmitió el grato recuerdo que tenía de sus gentes; y que finalmente, ya en la capital salmantina, hubo de transitar por dos colegios, en Pizarrales y Garrido, hasta recalar en el céntrico colegio Francisco de Vitoria, donde acabó jubilándose. Y fue de uno de esos colegios donde un hijo de esta tierra, reconocido como ilustre en el mundo del deporte, se refirió en una de sus entrevistas a "don Juan" como un caballero castellano. Hablo, sí, de Vicente del Bosque, cuyo reconocimiento, de haber vivido, le hubiera llenado de orgullo. 


Tal día como hoy celebrábamos su cumpleaños de una forma austera, porque a él le gustaba destacarse en su familia en el día de su santo. Pero eso es lo de menos. Hoy, como en cada ocasión que podemos, lo recordamos. Y sobre todo a ese abuelo despojado de las tensiones de otro tiempo, feliz por las ocasiones en que reunía a su gran familia y adorado por la recua de nietas y nietos que se iban añadiendo poco a poco. 


El abuelo que incrementó su amor por los paseos, sin que le faltara el recuento de los pasos para saber la distancia recorrida. Tributario de sus vueltas frecuentes, a veces diarias, por la Plaza Mayor, donde se juntaba con otros compañeros a modo de tertulia andante. Devoto de la lectura, algo que hemos sabido a bien heredar. Cultivador de una afición que, no por rara, le permitió hacer un acopio de miles y miles de refranes, guardados paciente y celosamente en sus archiveros. Y hasta amante de los toros, que veía con gusto por la televisión, en especial la feria madrileña de San Isidro. 

No puedo olvidarme de sus dos estancias en Málaga, paseando alegremente a la orilla del Mediterráneo, comiendo el delicioso pescaíto frito y feliz en el segundo año de ver en mi propia hija una especie de reencarnación de su hija fallecida Pili. En mi memoria han quedado grabadas una de sus últimas palabras, que acabaron siendo para mí de despedida. 


Ése era papá, el abuelo, don Juan... Inseparable siempre, hasta su muerte, de su abnegada esposa.