Amante del
deporte, ha sido coherente en practicarlo, especialmente el fútbol, donde se
mantuvo hasta muy tarde. Fue uno de los baluartes de los partidos que jugábamos
los profesores con los alumnos en mayor medida, pero también con veteranos del
deporte y los maestros de los colegios. Coincidí con él en los “años dorados”
de la primera mitad de los noventa, cuando jugábamos casi todas la semanas,
llegamos a ser terceros en el campeonato de veteranos y no teníamos rival entre
los colegios.
Otra de sus
facetas has sido su amor por la escritura. Es un asiduo de las Cartas al
Director del Diario de Cádiz, habiéndose convertido casi en un
corresponsal-articulista del periódico. No le ha faltado El País, que de vez en
cuando se ha hecho eco de sus misivas. Como una reciente en la que recordó a
una antigua alumna, Rosa Castillo, que jugó algunas veces con los alumnos y
llegó más tarde a ser componente de la selección española. En la carta que
publicó ese diario reivindicó el papel de la mujer en el deporte y no le faltó
la ocasión para sacar a relucir a su querido Barbate.
Recientemente
se ha dedicado también a hacer uso de los correos electrónicos, a través de los
cuales nos manda sus reflexiones personales, más sobre lo humano que sobre lo
divino, con especial interés por lo ocurre con el Trafalgar y sus gentes. Y en
todo ello nunca le ha faltado el sentido del humor, que rezuma en cada momento.
He
coincidido con él durante 29 años y puedo presumir de haberme llevado bien, que
no es poco por mi parte. Hemos compartido muchas conversaciones y también
inquietudes. Sobre la política, el deporte... A él le debo una de las
dedicatorias más emocionantes que he recibido, la que dedicó el día de mi
jubilación y que hasta ahora no me había atrevido a publicarla en este
cuaderno.
Puedo decir que eso de las prisas no era lo suyo, sin que por ello dejara de
cumplir con sus obligaciones, y que las mejores de sus virtudes han sido
siempre la amabilidad y la generosidad. Y puedo decir también que es una
persona culta, que no tiene por qué estar reñido con tener o no tener títulos
universitarios. Y a José Antonio Cabeza Cabeza no creo que se le pueda negar el
haber obtenido el doctorado de la vida.
(Fotografia: Ángeles Vélez)