miércoles, 23 de diciembre de 2015

La singularidad política de Argentina (2)

























En 1999 las elecciones presidenciales favorecieron a la Unión Cívica Radical, aupando a Fernando de la Rúa. Lejos de romper con la gestión de su antecesor, Carlos Menem, le tocó aplicar un plan de ajuste económico durísimo, a instancias del FMI, que provocó, entre otras cosas, una masiva fuga de capitales y en 2001, con el ministro Domingo Cavallo, el célebre corralito con el que se congelaron los depósitos bancarios. 


La situación llegó a tal extremo, que ese mismo año De la Rúa acabó dimitiendo, siendo sustituido sucesivamente por dos peronistas de la línea conservadora: Adolfo Rodríguez Saá, en 2001, que reconoció la quiebra del país y pidió una moratoria para el pago de la deuda; y Eduardo Duhalde, en 2002, que llegó a devaluar el peso argentino en un 200%. Esa situación insostenible se expresaba con unos niveles de pobreza que superaban el 50%, amplios sectores de la población infantil que sufrían desnutrición, paro en torno al 25% y la ruina de los sectores sociales intermedios, muy afectados por la pérdida de sus ahorros durante el corralito. 

Las elecciones presidenciales de 2003 se presentaron muy abiertas, con Menem de nuevo entre los candidatos y llegando a ser el más votado en la primera vuelta con un 26%. Pese a ello, se vio forzando a retirarse de la pugna electoral ante las nulas perspectivas que tenía, dado el elevado apoyo que se le daba al segundo candidato: Ernesto Kirchner, del ala progresista del peronismo.

La nueva presidencia, apoyada en el Frente por la Victoria y nucleado en torno a los sectores progresistas del peronismo, supuso un cambio radical sobre los gobiernos desde el fin de la dictadura. Su gestión se sostuvo en tres pilares principales: el fin de las leyes de impunidad, que acabó llevando a los represores de la dictadura a la cárcel; la reestructuración de la deuda exterior, dejando de pagar la parte que se consideraba ilegítima, a la vez que el país abandonaba el ALCA, la alianza económica de libre comercio americano; y la adopción de medidas sociales, tales como la subida del salario mínimo, el aumento de la cobertura de la seguridad social o la vuelta a la negociación colectiva, que permitieron una mejora de las condiciones sociales de los sectores más castigados por la crisis.


En 2007 Kirchner fue sustituido por su mujer, Cristina Fernández, que accedió a la presidencia con el 46%. Fueron años de profundización en la línea política iniciada por su marido, introduciendo incluso aspectos más atrevidos. Esto supuso que se consolidara la legitimación política de lo que empezó a llamarse kirchnerismo, de manera que cuatro años después llegó a obtener el 54% de los votos. En la política internacional involucró a Argentina en el nuevo eje latinoamericano de carácter progresista que hacía frente a los intereses de EEUU. Renacionalizó empresas importantes, como Aerolíneas Argentina o Repsol-YPF. La política fiscal se orientó a los sectores más adinerados, que permitió el aumento del gasto público y la redistribución de las rentas. Se potenció por ello el gasto en educación e investigación. Y no faltaron nuevos derechos civiles, como el matrimonio igualitario, la identidad de género o la reproducción asistida. 


Por contra, Cristina Fernández tuvo que hacer frente al paro agropecuario que organizó la oligarquía terrateniente y arrastró a sectores de la pequeña y mediana propiedad. El objetivo del gobierno era evitar la especulación de las exportaciones agropecuarias en un contexto de subida de los precios internacionales, lo que llevó a aumentar el porcentaje de retenciones en los principales productos. La presión fue durísima, apoyada por una prensa conservadora, especialmente la ligada al grupo Clarín, que además se veía atacada por la normativa relacionada con los medios de comunicación.

No faltó tampoco la oposición desde distintos sectores de la izquierda política. Muy activos desde los años de la bancarrota, continuaron muy atomizados y con diferencias entre ellos según el posicionamiento ante el gobierno. Entre los más importantes destacaron los ligados al trotskismo, que a través del Frente de Izquierdas y de los Trabajadores aumentaron los apoyos electorales y consiguieron cierta presencia institucional.   

En el balance de los doce años de kirchnerismo Argentina mejoró su pulso económico, permitió la redistribución de la riqueza entre los sectores más humildes e incluso dio lugar al afloramiento de las clases medias, tan castigadas en los años de la quiebra económica. Como contrapartida, la corrupción creciente ligada a los cargos públicos del gobierno federal y de las regiones donde ostentaban el gobierno se fue convirtiendo en un grave problema. A ello hay que unir la coyuntura económica internacional de los últimos años, que ha supuesto un descenso en el ritmo de crecimiento y con ello en el aumento del descontento social, mayor en las capas medias. 


Este es el contexto en el que se ha producido la reciente derrota de Daniel Scioli, postulado como sucesor de Cristina Fernández, frente a Mauricio Macri, el candidato de la derecha, incluida la del peronismo conservador, y del neoliberalismo. ¿Agotamiento del modelo kirchnerista?