domingo, 4 de octubre de 2015

¿Dónde estamos a menos de tres meses para las elecciones?

Sí, eso me pregunto. Políticamente hablando, claro. Cuánto ha llovido desde hace año y medio, y con tanta intensidad. Lo último, las elecciones catalanas de hace una semana. Pero antes, sólo en elecciones, las municipales y autonómicas, las andaluzas y las europeas. Y en medio, las bajadas de PP y PSOE, las subidas y bajadas de Ciudadanos y Podemos, la bajada y estancamiento de IU, la casi desaparición de UPyD...; las crisis de los partidos, de todos, cada uno con su peculiaridad; el conocido como proceso catalán; la corrupción galopante del PP, arropada por unas instancias judiciales que se retardan en tomar decisiones, que las hacen selectivas y que protegen a los peces más gordos; también la corrupción del PSOE, con sus EREs, cursos de formación y demás en Andalucía; la mirada puesta en Grecia, con sus avatares vertiginosos en nueve meses y donde cada partido ha buscado hacer lecturas adaptadas a España; la doble moral en el drama de las personas refugiadas que huyen de las guerras provocadas por las potencias occidentales y sus aliados en Oriente; la crisis económica que no cesa, que ha generado la desregulación laboral, mayores desigualdades, más privatizaciones, mantenido los elevados niveles de paro...

El último sondeo (Público) vaticina la recomposición de la derecha y un posible triunfo electoral en diciembre. Lo que perdería el PP, lo ganaría Ciudadanos. Tocado el PP, que no hundido. Afectado por el desgaste de gobierno y por la corrupción. Pero resistente, a pesar de todo, donde sigue siendo el faro del capitalismo clientalista y del esencialismo español más castizo. 

Ciudadanos, a su vez, se presenta como el partido del recambio. Sería la cara amable de la derecha. Así es como está siendo promocionado por buena parte de los poderes económicos y sus medios de comunicación. Así es como quiere dejarse ver, salvo en las etiquetas de partido conservador y de derecha: le gusta más lo de liberal en lo económico, progresista en lo social y regeneracionista en lo político. Para ayudarlo, una buena dosis de mercadotecnia con líderes jóvenes y guaperas (Albert Rivera, Inés Arrimadas...). Y lo último, el espaldarazo en Cataluña, donde se está buscando hacer del 17,5% de los votos que ha obtenido la base, si no del recambio del PP, sí, al menos, para situarlo como el partido del centro, donde se está hinchando a recoger votos. Ese centro difuso que se expresa de muchas formas: como opción electoral en sí misma y e incluso como opción de rechazo (abstención, voto en blanco, voto nulo), lo que también atrae a un sector de gente joven.

El PSOE, por su parte, parece que ha tocado fondo y frenado su progresivo descenso. En Cataluña ven los resultados obtenidos como una victoria, pese a haber sido los peores desde 1977. En pleno proceso de renovación de caras y promoción de su líder, que no acaba de cuajar, está por ver cuál será su apuesta tras las elecciones de diciembre. Descartada una gran coalición a la alemana con el PP, no sería de extrañar que lo fuera con Ciudadanos. Andalucía sigue siendo un referente y aquí les va bien la alianza que han puesto en práctica.

¿Y la izquierda? ¡Ay, la izquierda! Atomizada y con grandes dificultades para coaligarse. Atomizada en varios grupos de ámbito estatal (IU, Podemos Equo...) y en ámbitos territoriales nacionales (Anova, BNG, EH-Bildu, CUP, Compromís, Chunta...). Con distintas estrategias políticas y electorales, donde prima la inmediatez de lo último y menos la creación de una alternativa que plante cara al sistema en sus distintas caras. 

Si desde Podemos no se ha contemplado una unidad que no sea la de la integración en su partido, salvo en Cataluña y Galicia, lo ocurrido el domingo les está llevando a reforzar esa idea. Castigado en los últimos meses en los sondeos, donde están a la baja, y perdida parte de las expectativas que tenían en las elecciones de la primavera (Andalucía y autonómicas), la experiencia de Cataluña no ha hecho más que confirmar esa tendencia. La respuesta inmediata ha sido la de reafirmarse en el proyecto original, es decir, con el nombre de Podemos. Y en esa línea ya han renunciado a reeditar la coalición con ICV y IUiA en Cataluña. Pero con dos problemas, si no como tales, sí potenciales: uno, que su proyecto se ha desplazado demasiado hacia el posibilismo y dar marcha atrás más allá de una mera declaración resulta difícil; el otro, que acaban de firmar un acuerdo en Galicia con Anova y Esquerda Unida, que contradice lo anterior. ¿Por qué está sufriendo Podemos esta situación, cuando hasta hace nueve meses se las prometía muy felices, camino del sorpasso al PSOE y disputando al PP ser la primera fuerza? No es momento de detenerme, pero no debemos olvidar dos cosas: la naturaleza diversa de sus potenciales votantes y la actitud de sus líderes hacia los otros grupos de izquierda. Lo primero tiene que ver con que, junto al voto proveniente de IU, sumaba votos sobre todo desde el PSOE, la abstención y de quienes accedían por primera vez al voto. El sistema ha logrado resituar buena parte de esos votos, devolviéndolos al PSOE o enviándolos a C's. En cuanto a la actitud de sus líderes, la prepotencia ha sido lo principal. Y lo ocurrido en las elecciones catalanas ha sido una muestra entre tantas: el excesivo protagonismo de sus líderes estatales y, encima, el boicot a la figura de Alberto Garzón. A todo esto hay que unir el debilitamiento organizativo, con unos círculos cada vez más pasivos y una cúpula que sigue acaparando protagonismo y toma de decisiones.

En el caso de IU la situación está peor. No ha sabido resolver sus problemas internos, especialmente los de Madrid, cuya crisis se ha cerrado en falso. A ello hay que unir el papel que está jugando Izquierda Abierta, el grupo liderado por Gaspar Llamazares, que no ha querido participar en la resolución tomada con la (ex)federación madrileña, se ha mostrado distante de la vía de acercamiento a Podemos y se está orientando hacia la confluencia con otros grupos y personas que tienen en común una mayor ligazón con el PSOE y tienen un perfil más moderado. La apuesta de Garzón ha sido la de la confluencia de la izquierda política y social en lo que se ha denominado como unidad popular. La plasmación de esta idea en Ahora en Común, nacido a principios de verano, no ha acabado de cuajar. Esta estrategia está muy debilitada, porque Podemos no ha variado su posición, Equo ha decidido distanciarse (¿buscando un hueco en Podemos?), parte de los promotores de la plataforma se ha ido y, encima, Izquierda Abierta está optando por otra vía de convergencia.

De aquí a diciembre, para lo que sólo quedan dos meses y medio, ocurrirán muchas cosas. Tiene que ser así, porque hay demasiados cabos sueltos. No habrá tiempo para aburrirse. Quizás -y eso es lo peor- sí lo habrá para cabrearse más todavía.