martes, 24 de diciembre de 2013

Incrustado en la misma forma de vida
















































Fruto del azar me he topado esta mañana con su nombre. Lo demás, reconocer su imagen y saber más de él, fue producto de la red. El resultado: como si por él no hubiera pasado el tiempo. Y no exagero. Intentaré explicarlo. 

Haciendo los dos últimos años del instituto -el masculino, claro-, le gustaba aparecer por el grupo con el que solía juntarme con frecuencia durante el recreo. Apostados sobre la tapia del instituto contiguo y vecino, el femenino, hablábamos de muchas cosas, en su mayoría intrascendentes. Poco de política y mucho de fútbol. Y ahí estaba el susodicho, que poco le pegaba al balón, pero estaba enterado de lo que ocurría por el mundillo de lo que por entonces los periódicos locales llamaban fútbol modesto. Era acompañante de uno de esos equipos en edad juvenil -el que tenía nombre de equipo inglés- y así se tuteaba conmigo, portero suplente de otro equipo -éste, con nombre de palacio renacentista. Nunca hubo amistad, sólo conocimiento mutuo. 

Acabado COU, cada uno se fue a los estudios universitarios correspondientes, eligiendo él una de las carreras cortas. Pasaron algunos años, los centrales de la transición, donde quien esto escribe le dedicó tiempo, ilusión y más de algún disgusto, cuando en cierta ocasión lo vi en una situación que me dejó sorprendido. Ya le quedaba poco al gobierno del partido que había sintetizado por entonces el franquismo astuto y la oposición más edulcorada. Había pasado incluso la última gran movilización universitaria de esos años, respuesta a una ley que conocíamos por su sigla, la LOU, y que dejó algunas muertes por el camino (dos chicos y una chica). Regresaba yo a mi casa cuando lo vi con una piedra en las manos, refugiándose entre los coches ante la llegada de los antidisturbios. No sé cómo ni recuerdo por qué, pero su gente había convocado una manifestación. Eran pocos, pero allí estaban. Enseguida entramos en el palacio próximo y charlamos brevemente. Me confesó que estaba en las juventudes del partido que era el más numeroso de la oposición y no recuerdo más. Me quedé sorprendido de haber visto a ese antiguo conocido, insulso en lo político cuando estábamos en el fragor de la lucha contra la dictadura, y en ese momento militando en grupo político de la izquierda -moderada, sí- y en una actitud tan radical. 

Uno o dos años después, poco antes del gran momento triunfal de su partido, volví a hablar con él, esta vez en su sede, donde las juventudes habían convocado un acto de apoyo a la revolución nicaragüense. Allí fui con mi amigo Chema, en pleno calor del mes de julio, y volví a ser testigo de una radicalidad sorprendente. 

En las elecciones municipales siguientes pasó a ser concejal en un pueblo próximo a la capital y desde ahí ascendió a la cúspide de la institución provincial. Con el deporte como su especialidad. Alguna vez más lo saludé, aunque hace muchos años que dejé de verlo. 

Hoy he descubierto que sigue en lo mismo. Que apenas se ha movido. Incrustado en la misma forma de vida. Jugando con las veleidades internas de su partido y soportando, al menos profesionalmente, la machacona mayoría que la derecha tiene en esas tierras. Cuando he visto su fotografía, me ha parecido el mismo, salvo que el paso del tiempo le ha puesto el pelo más blanco, algún entrante, arrugas y hasta un grado mayor de delgadez. No sé si recordará esos tiempos suyos de una sorprendente y breve radicalidad. ¿Fue una fiebre, una pose...? Hoy todo sigue igual.