Los borbones han sido amantes de la buena vida. En su vida privada han tenido pocos límites en lo que han hecho, aun cuando legalmente los hubiera para el resto de la población o se hayan condenado moralmente prácticas por considerarse, ya se sabe, pecaminosas o por el estilo. Lo han hecho ayer y, por supuesto, lo hacen hoy el que ocupa el trono y sus adláteres. El paraguas de la inviolabilidad política les ha protegido, en otros tiempos con el añadido explícito de su sacralidad. Hoy no se lleva hacer constar lo segundo en los textos constitucionales, pero se sigue manteniendo el privilegio -lógico, que para eso son monarcas- de lo primero. Hoy precisamente ha salido la noticia que el jefe del estado ha tenido un accidente en Botsuana y se ha roto la cadera. Estaba cazando el hombre. Elefantes. Según El País, se pueden pagar hasta 20.000 euros por ejemplar. No ha sido la primera vez en hacerlo con ese tipo de animales, por supuesto. Es un aficionado a ese, que llaman, deporte en la modalidad de caza mayor y ha recorrido, si no el mundo, sí al menos bastantes países para darse la satisfacción de coleccionar osos, elefantes, ciervos y demás. Aficionado a la caza. Y a las armas. Muy real y muy borbón. El otro día nos enteramos que un nieto suyo se hirió por un disparo en el pie. Fue un accidente, nos han contado. Eso dijeron también que le ocurrió al propio Juan Carlos, siendo niño, cuando por otro accidente con un arma de fuego le disparó, con resultado de muerte, a su hermano Alfonso. Y hoy, 14 de abril, es el aniversario de la Segunda República. ¿A qué esperamos?