domingo, 30 de agosto de 2009

El Quijote, por fin (2)


Ya anuncié hace un par de semanas que pude leer completa la primera parte del Quijote. Hace una semana cayó la segunda. He cumplido con algo que deseé durante muchos y que nunca pude concluir. Voy a referirme ahora a las interpretaciones del libro y de la obra de Cervantes desde dos pequeños, pero importantes, trabajos que ya leí en mis tiempos de estudiante universitario. Uno es el célebre artículo de Pierre Vilar “El tiempo del Quijote”, incluido en su también famoso libro Crecimiento y desarrollo. El otro, el capítulo correspondiente, obra de Julio Rodríguez Puértolas, de la Historia social de Literatura española (en lengua castellana), realizada junto a Carlos Blanco Aguinaga e Iris M. Zavala.

Pierre Vilar es un historiador de los llamados hispanistas, aunque fuertemente impregnado en su metodología por el marxismo, del que es uno de los más relevantes historiadores. La lectura de “El tiempo del Quijote” resulta gratificante por la claridad expositiva y esa capacidad de síntesis que ha mostrado en obras como Historia de España o La guerra civil española. Sin buscar un análisis literario de la obra de Cervantes, la sitúa en un momento trascendental de nuestra historia cuando se intenta la soldadura de la estructura estatal de las viejas coronas medievales peninsulares (Castilla, Aragón, Navarra e incluso Portugal) dentro de un extenso imperio territorial que abarca todos los continentes, y también en el tránsito de la sociedad feudal hacia la naciente burguesa a través de la explotación colonial y la consiguiente acumulación de capitales. Vilar capta ese momento con una gran maestría y sitúa a Castilla principalmente, como base de ese imperio, en el centro de un sistema al que denomina “el imperialismo español, etapa suprema del feudalismo”. En esa adaptación mimética del aforismo de Lenin, nos retrata las contradicciones de la sociedad peninsular, al preparar desde bases tradicionales, es decir, feudales, los resortes materiales que otros países, sobre todo Inglaterra y Holanda, van a desarrollar desde ese momento ininterrumpidamente y que concluirán en el nacimiento de la sociedad capitalista. ¿Y qué pinta en todo esto el libro de  El Quijote? Mucho. Cervantes nos describe en su libro la sociedad del momento, los comienzos del siglo XVII, con dos protagonistas que viven sus andanzas en lo que entonces era el corazón de Castilla (La Mancha, la Castilla Nueva), y algunas en Andalucía, Aragón y Cataluña, desde el sueño de un pasado ideal que está feneciendo, pero un sueño no exento de lucidez en la medida que desentraña las contradicciones y paradojas de la realidad. Por eso Vilar dice que Cervantes “no ‘pinta’ el mundo, sino que (…) desmonta sus mecanismos”. De ahí que la parte final se atreva a comparar el personaje de don Quijote (el caballero medieval) con el Charlot (el burgués de la crisis de los 30) de Charles Chaplin, cada uno, eso sí, en su momento.

Julio Rodríguez Puértolas, por su parte, no se aleja mucho de Pierre Vilar, aunque como historiador de la Literatura se queda más en esto último. Todavía recuerdo el latigazo que recibió en 1978, como el conjunto de la Historia social de Literatura española (en lengua castellana), desde las páginas de El País, por lo que consideraron una obra dogmática en general y un término desafortunado al referirse a la época del imperio como la edad conflictiva. Rodríguez Puértolas analiza toda la obra de Cervantes, aunque en especial el Quijote, comparándola con la de Mateo Alemán, autor de Guzmán de Alfarache. Y en esa comparación sale “victorioso” el primero. Desde la consideración de que Cervantes es un hombre del humanismo renacentista, influido por el erasmismo y, por tanto, impregnado de un espíritu abierto y tolerante, su obra refleja esos valores. La ironía de Cervantes no está exenta de amargura, en la medida que los valores de una sociedad en crisis material y política dificultan que se puedan ver las cosas con optimismo. Pese a ello, Rodríguez Puértolas nos presenta a un Cervantes desmitificador, en especial a través de la figura de don Quijote: “desencantar el mundo encantado, lo que significa humanizarlo”.

(Escultura dedicada a Miguel de Cervantes en Santiago de Compostela)