Llevo un mes de agosto movidito y entre otras cosas porque me encuentro fuera de casa. Y una de las novedades, buena para mí, ha sido que por fin he concluido la lectura de la primera parte de El Quijote y de inmediato iniciaré la lectura de la segunda. Han sido muchos los intentos hasta ahora, pero todos fracasaron. El Quijote es un libro celebérrimo, objeto de culto, merecido, y que, por distintas razones, mucha gente no ha concluido su lectura. En mi casa familiar he convivido con dos ediciones antiguas, pertenecientes a mi abuelo Severiano, que me han servido en distintos momentos para empezar a leerlo e ir conociendo varias de las historias que nos cuenta Miguel de Cervantes, que son las más conocidas. Una de ellas, en dos volúmenes, es nada menos que de 1895 (Biblioteca Salvatierra, Barcelona), de la que tuve la idea cuando era joven de restaurar varias páginas desaparecidas, no sé por qué, pero posiblemente como obra destructiva de algún hermano en sus primeros años de vida. La otra, es de 1902 (Saturnino Calleja, Madrid) y resulta muy curiosa por su tamaño, pues se trata, como se indica en la portada, de una edición microscópica. Todavía recuerdo el intento de leerla con su letra pequeñísima y que acabó con mi paciencia. Me sirvió de base, no obstante, para reparar la otra.
En mi casa de Barbate hay cuatro ediciones. Una, de mi mujer, de la conocida colección Austral de Espasa Calpe. Otra, de la colección Milenium que editó El Mundo. La tercera, de Planeta. Y la cuarta, aprovechando el quinto centenario de la obra, la realizada por el Instituto Cervantes y publicada en 2004 (Galaxia Gutemberg / Círculo de Lectores / Centro de Estudios de Clásicos Españoles, Madrid), dirigida por Francisco Rico, con el trabajo de un equipo numeroso de investigadores y con diversas colaboraciones de personas renombradas del mundo de la Historia de la Literatura.
Durante mi estancia en Santiago de Compostela, aprovechando los descansos en el hotel donde pernoctábamos, pude leer El Ingenioso Hidalgo Don Quixote de La Mancha. Se trata de un versión crítica en relación a ediciones anteriores, pero con la intención de subsanar errores y equívocos que habían ido deteriorando la obra de Cervantes. Según nos cuenta el propio Francisco Rico la primera edición de El Quijote, a la que se refiere como princeps y que data de 1604, tuvo numerosas erratas, más de las normales, que fueron subsanadas en parte en la segunda edición, de 1605, a la vez que el propio autor introdujo algunos añadidos, en especial la historia que trata del hurto del asno de Sancho. Esto, sin embargo, acarró otro problema, pues se hizo mal, al interpolar la historia en un lugar inadecuado. Cuando se publicó la segunda parte de El Quijote, desapareció dicha referencia, quizás, como dice el propio Francisco Rico, por voluntad del propio Cervantes. Desde entonces, aunque no sólo por eso, se ha producido un cúmulo de variaciones de todo tipo que en la edición de 2004 del Instituto Cervantes se ha intentado poner orden, corrigiendo lo necesario o señalando diversas situaciones problemáticas.
Como tengo limitaciones en esto de trabajar en el blog, lo dejaré por hoy. Ya buscaré otro momento para proseguir.
(Imagen: Don Quijote y Sancho, dibujo de Pablo Picasso)