De Alfonso Sastre he visto tres de sus obras, si es que no se me olvida alguna más. La primera la vi con diez años, allá por 1968 ó 1969: Escuadra hacia la muerte. Fue en el colegio de curas donde estudiaba mi hermano, y en el que luego estuve haciendo bachillerato hasta los 15 años, donde un grupo de alumnos la representaron. Recuerdo la ilusión con la que mi hermano nos lo dijo y fuimos con nuestro padre y nuestra madre. Por entonces no es que me resultara entretenida, pero la vi con curiosidad y como un pequeño acontecimiento. Me ha quedado el ambiente sombrío del escenario, los uniformes militares y los diálogos graves de los actores. Acabo de leer la obra y, claro está, he podido conocer mejor de qué iba. Además la edición que tengo tiene un estudio preliminar de Joan Estruch que la hace más interesante. La segunda obra que vi de Sastre fue La taberna mágica, en Madrid, en 1986, aprovechando un viaje con mi Felisa para ver a mis hermanos. De ella me acuerdo más: del protagonista, encarnado por Rafael Álvarez “El Brujo”, y sobre todo del ambiente de violencia permanente dentro de los estratos más bajos de la sociedad, presos de su tragedia. La última obra fue en Barbate, en el instituto Trafalgar, en 1997, gracias al empeño de ese magnífico profesor, compañero y amigo que es Mariano Muñoz, hoy en Granada. Él fue el alma de la puesta en escena de Guillermo Tell tiene los ojos tristes, que fue representada por un grupo de alumnos y alumnas de COU. Resultó un acto entusiasta y modélico, donde pudimos percibir la trasgresión de la conocida leyenda, y mito también, medieval, como una metáfora de la necesidad de poner en duda lo que está establecido.
Poco conozco de su teatro, al margen de las obras reseñadas, que no sea su fuerte conexión con la realidad y su compromiso político y social, y su crítica permanente a los sistemas políticos y sociales que ha conocido. Desde joven se mostró con muchas ganas de hacer algo distinto a lo oficial, convirtiéndose en un renovador del teatro, sobre todo en su contenido, pero también en la forma de representación. Mantuvo una polémica con Antonio Buero Vallejo, quien desde posiciones opuestas al franquismo y unas obras de crítica social no llegó a la radicalidad de Sastre.
Conozco más su trayectoria política, desde su pertenencia al PCE, su relación en un atentado de ETA en 1974 o su vinculación a la izquierda vasca, que le ha llevado a fijar su residencia en el País Vasco desde finales de los 70, como lo hiciera también el poeta José Bergamín hasta su muerte. He leído muchos de sus artículos. Antes en El País y en la actualidad, desde distintas publicaciones, por internet. Su último episodio ha sido la polémica que suscitó la candidatura que encabezó en las pasadas elecciones europeas: Izquierda Internacionalista.
Alfonso Sastre ha sido un crítico permanente con lo establecido. Lo fue incluso, siendo del PCE, contra el modelo soviético, el burocratismo, el reformismo… Esto último le llevó a desvincularse de su partido. Su apuesta por la izquierda vasca se inserta en la consideración de que estamos en una falsa democracia, si se quiere secuestrada por los verdaderos poderes de la sociedad, y la negación de la libertad de los pueblos. No es una persona que argumente sus posiciones políticas desde el dogmatismo, por mucho que haya quien así lo considere, o la simplicidad. Es una persona muy reflexiva, que hace uso de su vasta cultura para horadar al sistema dominante y a quienes los defienden, incluso habiendo cambiado de postura. Es una persona por ello coherente y una prueba es que sufrió la censura y la cárcel durante el franquismo y ahora se ve fuertemente puesto en entredicho, si no perseguido, por lo que hace y piensa. La última que ha sufrido fue querer impedir que encabezara una candidatura electoral. Por suerte, el Tribunal Supremo lo desestimó. Pero mientras vuelven con otras, él no desiste.