viernes, 4 de octubre de 2019

Mientras dure la guerra, entre las contradicciones de Unamuno y de Amenábar

El título alude a la coletilla que se dice que añadieron algunos de los generales que eligieron a Franco como Jefe del Gobierno del Estado en septiembre de 1936. Cabanellas, Mola o Kindelán no se fiaban de él, so riesgo de perpetuarse en el poder. Lo que vino después, ya lo sabemos.  El otro protagonista de la película, más presente a lo largo de los más de cien minutos que dura, es Unamuno. He percibido en ella un enfoque de individualidades. O mejor, de comportamientos individuales. Si se quiere, desde atendiendo a su psicología como personas. 

Un Unamuno cambiante, impetuoso, incontenible... Utilizado por los sublevados tras su apoyo desde el primer momento al golpe y su causa. Capaz de hacer lo contrario que antes había hecho, de mostrar frialdad por el curso de los hechos y de justificar lo que estaba viendo. Y sabía que iba habiendo detenciones, violencia, asesinatos, desapariciones... Como en el otro lado, se justificaba, pero los ahora suyos defendiendo la civilización cristiana occidental frente a la barbarie roja, bolchevique, de los hunos... Ese Unamuno retratado en sus contradicciones, lo van mostrando poco a poco equidistante y al final, después de escenificar en el Paraninfo universitario su vuelta a ser lo que había sido, aparece, ya confinado en su casa, arrepentido... ante su Dios.

Un Franco que aparenta ser pasivo, que se percibe como tontuno y que es  motivo de mofas por algunos de sus compañeros de armas. Pero sibilino, consciente que puede conseguir lo que desea. Y rodeado de quienes lo quieren encumbrar. Entre ellos, su calculador hermano Nicolás y el primario Millán Astray. No aparece, empero, el vacío dejado por las muertes de Calvo Sotelo y Sanjurjo. Mola queda desdibujado, cuasi temeroso, pese a haber sido el Director. Cabanellas es el más estridente, el que manifiesta en mayor medida el peligro que supone darle todo el poder. Y faltan los italianos, que aportaron el primer apoyo, y los alemanes, que vieron en Franco el militar a utilizar.

Me gustó más el tratamiento del personaje de Salvador Vila. Coherente hasta su muerte. Era su sino. Como el de García Lorca. También, el de la mujer de Casto Prieto Carrasco -por cierto, republicano azañista, no socialista-, el alcalde fusilado, sorprendida por la traición -¿es que acaso no lo fue?- de Unamuno y su dedo acusador. 

La familia, pese a ser numerosa, ha quedado reducida a dos de las hijas, de personalidades distintas como la doble cara de una moneda, un nieto que hace de testigo y el permanente recuerdo de la mujer/madre/abuela fallecida.

Se ha hablado de algunos errores históricos. No voy a entrar en ellos. Como tampoco en las palabras que se pronunciaron en el Paraninfo el día 12 de octubre. O en si Unamuno salió solo y regresó andando a casa, en vez de haberlo hecho en el coche de doña Carmen Polo de Franco (por cierto,  ignoro de dónde ha salido una dama tan atenta por lo culto).  

He percibido errores espaciales del paisaje salmantino: las vistas desde la casa de Unamuno, los trayectos por las calles, la residencia/cuartel general de Franco, el Paraninfo con graderío, las entradas y salidas de la ciudad, la vivienda del pastor evangelista Atilano Coco... Pasión de oriundo. No me gustó el escenario que se montó en la escena cumbre sucedida en el Paraninfo: parecía un estadio de fútbol, siendo algo mucho más recogido.  

Y dos aspectos más. Uno, el de las banderas, que ya en el propio inicio de la película aparece con el paso de los grises hacia los colores republicanos y que luego se inunda con la bicromía monárquica. El otro, el del himno monárquico y la confusión de letras o recursos para cantarla. Un mensaje para nuestros días, como Amenábar, en cierta medida equidistante, ha resaltado en alguna entrevista. 

En fin, una película interesante, pero también, como en tantas otras del mismo tema, con un enfoque decepcionante. Y es que tantas individualidades nos han impedido ver que detrás había enormes colectividades.