domingo, 4 de agosto de 2019

"Los apóstoles Pedro y Pablo", y la modernidad de El Greco como artista











































Hay un único cuadro de El Greco en el Museo del Hermitage: "Los apóstoles Pedro y Pablo". No sabía de su existencia, pero me resultó fácil reconocer a su autor, dado el estilo inconfundible que tiene. 

Nacido a mediados del siglo XVI en la isla de Creta con el nombre de Doménicos Teotocópulos, en él se funden tres culturas, cuyas improntas acabaron reflejadas en buena parte de sus obras: el componente antinatural de lo bizantino; el gusto por el color y el trazo amplio que recogió de su paso por Venecia, y el alargamiento y el dinamismo manierista de las formas que observó en Roma; y el ascetismo, la religiosidad y hasta el mudejarismo -ay, esto último que digo: está en el horror vacui de sus obras- con que estuvo en contacto en su definitiva estancia en la ciudad castellana de Toledo. Todo ello ha hecho de él un pintor singular, capaz de dejar traslucir una modernidad estilística inigualable, la misma que fue reconocida entre los propios artistas tardíamente en los siglos XIX y XX. 

En el cuadro que nos ocupa, pintado a finales del siglo XVI, podemos identificar a los personajes mediante una fácil observación iconográfica: a la izquierda, Pedro, cubierto con una túnica de un color amarillo apagado y con una llave en una de sus manos; y a la derecha, Pablo, con una llamativa túnica púrpura -que nos lleva al "Expolio"- y con sus célebres epístolas. Los dos grandes patriarcas de las leyendas del cristianismo primigenio: uno, como apóstol de Jesús sensu stricto, convertido en la cabeza de la nueva Iglesia; y el otro, judío reconvertido, que abrió las bases doctrinales del cristianismo, confiriéndolas de una dimensión universal.

El Greco ha generado siempre grandes controversias. Por su estética y por su temática. Y también, por su fuerte personalidad. Es frecuente hacer de él un pintor místico, que suele explicarse por los temas de la mayor parte de sus obras, así como su tratamiento, al que aporta algunos de los rasgos formales antes referidos. Pero quizás se confunda en ello que ante todo se trataba de obras que realizaba por encargo. 

Estamos, pues, ante un artista atrevido, imbuido por la búsqueda de la belleza y la libertad para poder alcanzarla, como llevaban haciéndolo en las ciudades italianas desde el siglo anterior bajo la cosmovisión del Renacimiento. Una belleza, la suya, que resultaba extravagante para mucha gente, lo que hizo que llegara a ser tan incomprendido durante mucho tiempo.