miércoles, 27 de marzo de 2019

La clase trabajadora como sujeto de cambio, motivo de análisis y consideración

Hace unas semanas llegó a mis manos el libro La clase trabajadora. ¿Sujeto de cambio en el siglo XXI? (Madrid, Siglo XXI, 2018), coordinado por Adrián Tarín Sanz y José Manuel Rivas Otero y en el que participan otras 12 personas, sin contar el breve "Prólogo" escrito por Diego Cañamero Valle. Estamos ante una obra interesante, por supuesto, y novedosa, en la medida que buena parte de los planteamientos que se ofrecen buscan superar esquemas que se consideran caducos, fracasados y/o incompletos. El interrogante que refleja su subtítulo deja, no obstante, una puerta abierta a la duda. 

Me atrevo a decir que varios de los artículos del libro se pueden circunscribir a reflexiones que se hacen desde el entorno de Podemos. Esto no supone que sean posturas oficiales o que se viertan críticas a algunas teorías con gran influencia en algunos dirigentes de dicho grupo, como ocurre, por ejemplo, con la de Ernesto Laclau. Entiendo todo esto como el hecho de un grupo que recogió planteamientos teóricos de nuevo tipo, muchos de los cuales afloraron en los momentos culminantes del 15M, y críticos con la tradición marxista en sus distintas vertientes, así como con buena parte de las variantes del postmodernismo que surgieron en el último cuarto del siglo XX. 

Yendo a su contenido, interesante en la diversidad de aspectos que se tocan y en los puntos de vista que dejan traslucir, he clasificado los artículos en dos grandes bloques, atendiendo al grado de distanciamiento de lo que podrían ser los planteamientos marxistas. Empezaré por los más distantes y críticos. Seguiré con los que considero que no se alejan tanto, lo que no tiene por qué estar exento de crítica. Y acabaré con otros que se sitúan en paradigmas como el indigenismo, el anarquismo y el
 ecologismo. Dentro de la dificultad, voy a hacer un ejercicio de síntesis que permita completar el recorrido de los diferentes artículos.


La mayor distancia y/o crítica respecto a los planteamientos marxistas

En la "Introducción" Tarín y Rivas se refieren a lo ocurrido en 2011 en el 15M y se preguntan si lo que se reflejó fue una mutación del sujeto revolucionario, tradicionalmente atribuido a la clase obrera por la izquierda tradicional, para dar paso a un un sujeto más amplio, que pudiera denominarse "pueblo" o "los de abajo", lo que supone una ampliación del espectro social hacia las clases medias. Se preguntan también acerca de la confluencia política formada para las elecciones de 2016 con la denominación Unidos Podemos, de la que señalan que no dejó de ser una reproducción de la hegemonía de las élites, lo que a la postre ocasionaría los resultados adversos que tuvo. 


José Manuel Rivas ("De la clase al pueblo: una revisión crítica de la teoría marxista de la lucha de clases") se lanza de lleno, por limitados, a lo que destaca como tres aspectos fundamentales del marxismo tradicional: el historicismo, que conlleva la postura teleológica de la desaparición de las clases; la concepción objetivista, que supone que la conciencia viene dada, descartándose la autoconsciencia; y el reduccionismo de clase, en este caso considerando a la clase obrera como protagonista del cambio. Aunque el autor aporta los intentos desde el propio marxismo por superar estas limitaciones, defiende un discurso centrado en lo popular democrático, donde el pueblo y no la clase social, esto es, la dicotomía privilegiados/gente común, y no burguesía/proletariado, se convierta en el eje de construcción de una nueva alternativa.


Santiago Alba ("Sujetos políticos y relevo civilizacional") se centra en el cambio civilizatorio, basado en el relevo que se ha dado en el principio generador de la hegemonía. Considera que ahora es el mercado el que ha sustituido a la clase, de manera que la clase trabajadora tradicional, ubicada antaño en el espacio de la fábrica, se ha volatizado para dar paso a una clase consumidora, lo que conlleva la necesidad de un "Sujeto Humano global". Y en ello, por ahora, las derechas van ganando a las izquierdas. Las primeras han sabido asociar la protección de la gente con viejos significantes (nación, identidad cultural....) y con nuevos cuños reaccionarios (neomachismo, twiterización del exabrupto clásico, rechazo del elitismo progresista...). De las segundas considera que están carentes de "una propuesta común y realista", ancladas en el radicalismo, la especialización militante y el culturalismo.


Para Antonio Antón ("El sujeto de cambio"), que parte de las enormes transformaciones sociales y de comportamiento habidas en las últimas décadas, se está empezando a configurar "una identificación del adversario común, así como una conciencia emergente de un bloque social alternativo y democrático". Desecha el concepto de clase objetiva y se alinea con la consideración de la experiencia popular como forma de construcción del sujeto. Defiende los grandes valores (igualdad, libertad, solidaridad, democracia...), de los que dice que, lejos de ser significantes vacíos, son componentes fundamentales de un proyecto emancipador-igualitario. Por ello considera justificadas las reservas a la denominación de izquierda, que se asocia a la deriva  socioliberal de la socialdemocracia o al autoritarismo de los regímenes socialistas del este de Europa.


Silvia Federici ("Acerca del trabajo de cuidado de ancianos y los límites del marxismo") se sitúa en el paradigma feminista. Parte del aumento de
 la población anciana en número y de la esperanza. Si bien su artículo se centra más en lo que está ocurriendo en EEUU, no por ello se supone que no pueda extrapolarse a la realidad de otros países. Su enfoque está inscrito dentro del feminismo, desde el que se ha focalizado la lucha anticapitalista en la casa, el barrio y el territorio. esto supone una crítica a la importancia que ha dado el marxismo al trabajo industrial asalariado y a la producción de mercancías, descuidando la reproducción de los seres humanos y de la fuerza de trabajo. E incluye, así mismo, a la teoría marxista más reciente del trabajo inmaterial y afectivo expuesta por Negri y Hardt, por eludir el análisis feminista del trabajo reproductivo en el capitalismo. En la actualidad  existe la paradoja de que las mujeres, asalariadas o dentro del hogar, cuando más cuidan a otros, menos reciben a cambio.


Adrián Tarín, por su parte ("La sociedad sin clases: tampoco la trabajadora"), se ocupa de una propuesta controvertida: la abolición del trabajo. Se muestra crítico con lo que considera un "fantasma" de la izquierda y del marxismo, como es la noción del trabajo como derecho. También lo hace con quienes desde la izquierda defienden actualmente la propuesta del trabajo garantizado, por considerar que la glorificación del trabajo coincide con los postulados del neoliberalismo. Desde la consideración de que "el trabajo sacrifica", el autor apuesta por la renta básica universal, que, en todo caso, obligaría "a los empleadores a aumentar las condiciones ofrecidas". No obstante, proponiéndolo como un horizonte a largo plazo, acaba proponiendo "la reducción de la jornada laboral a un mínimo compatible con las garantías sociales". 

El menor distanciamiento de los planteamientos marxistas

Jorge Luis Acanda González y Meysis Carmenati González ("La  problemática del sujeto desde una teoría critica del concepto") inician su artículo con una crítica a los postulados ilustrados y postmodernos del concepto sujeto. Niegan que Marx mantuviera una postura esencialista de la clase obrera y defienden, como ya apuntó el propio Marx, el sujeto colectivo, donde el individuo lo es en relación con otros y en conflicto. Desde lo que denominan la teoría crítica niegan al sujeto como sustancia y por ello con intereses individuales. Su concepto de sujeto lo relacionan con la teoría de la intesubjetividad, desde donde los individuos se relacionan entre sí de forma mediada. Consideran un error la idea de un sujeto revolucionario en sí mismo, siendo necesario superar la hegemonía burguesa, que es la que ha creado la subalternidad de la clase obrera. Esto supone optar 
por "la naturalización de la contrahegemonía, revolución cultural, capaz de [...] recrear una concepción del mundo [que permita] relacionarnos entre nosotros y con los objetos que nos rodean". 


Jorge Sola Espinosa ("La invisibilización de la clase trabajadora") considera que la invisibilización y la demonización de la clase trabajadora forman parte del "macizo ideológico" dominante, aun cuando lo segundo haya perdido peso. Lejos de desaparecer, la clase trabajadora, que en nuestro país supone al menos la mitad de las personas que venden su fuerza de trabajo, lo que ha conocido es una modificación en su composición: ha disminuido la tradicional y han aumentado las "nuevas clases medias" (diferentes a la vieja clase media vinculada a la pequeña propiedad). Y es en esta novedad y desde la vertiente de autopercepción donde se centra más el autor. Destaca el "clasemedianismo", al que califica como falsa conciencia por la ilusión de un mundo igualitario. Es lo que explica la idea de sentirse ante todo como ciudadano (que vota) y consumidor (que compra). Está fomentado desde los grupos que desarrollan el trabajo de representación (medios políticos y de comunicación) y ha estado presente desde la Transición e incluso en el movimiento 15M. Es desde aquel entonces, paralelo al proceso de neoliberalización de la economía, cuando la clase  trabajadora, que nunca fue homogénea, ha ido perdiendo su papel de actor político destacable y con ello ha ido invisibilizándose.


El artículo de Arantxa Tirado Sánchez y Ricardo Romero Laullón (Nega) ("Los trabajadores culturales en el capitalismo del siglo XXI: obreros culturales o privilegiados sociales") presenta dos partes diferenciadas, pero relacionadas en entre sí. En la primera critican los discursos acerca de la desaparición de la clase trabajadora. También marcan distancia de teorías como la del capitalismo cognitivo, basado en los aspectos informacionales, culturales y del conocimiento, o la del fin del trabajo, con máquinas y robots sustituyendo a los seres humanos. Muy al contrario, consideran que la clase trabajadora es ahora más numerosa que nunca, pese a su mayor grado de heterogeneidad,  fragmentación y complejidad. En la segunda parte se centran en los trabajadores de la cultura, uno de cuyos rasgos es la creciente precarización. Defienden el aumento de la inversión pública para la realización de sus actividades, a la vez que advierten el riesgo que aspectos como las subvenciones sean una forma de comprar voluntades. No les falta resaltar como positivo el modelo cubano.


Carlos del Valle Rojas ("Clase trabajadora, lucha de clases y prensa obrera: repolitizar el trabajo periodístico") plantea que la mercancía de los medios de comunicación no es la información, sino las audiencias. Esto pone en desventaja a la clase obrera desde tres perspectivas: el control de dichos medios por parte de las grandes corporaciones transnacionales y su creciente concentración; la existencia de una prensa popular que banaliza los contenidos; y la clasificación de la audiencia en relación a su nivel de renta. Todo esto está conllevando el despojo de la identidad la clase trabajadora, por lo que defiende la recuperación de la prensa obrera, que tenga una conciencia crítica de clase, y una repolitización de la actividad periodística.

Indigenismo, anarquismo y ecologismo

Tomás Quevedo Ramírez ("Del indio como sujeto revolucionario: el caso del movimiento indígena ecuatoriano") nos recuerda que la raza ha sido históricamente el elemento esencial en la jerarquización social de América Latina. La situación de subordinación de la población indígena intentó ser paliada hace un siglo a través de la mediación indígena, en la que la izquierda jugó un "rol de ventrilucuo". Desde ésta se llegó a reconocer, como hizo Mariátegui, a lo indígena como sujeto revolucionario dentro de la lucha por la tierra, reivindicando, a su vez, los elementos comunitarios que han ido perviviendo. En el caso más concreto de Ecuador se ha estado dando  recientemente un diálogo intelectual con el mundo indígena desde posiciones marxistas y cristianas, pero siempre subordinando al mundo indígena. El levantamiento indígena de 1990 ha permitido la conformación del Movimiento Indígena Ecuatoriano, que abarca un triple condicionamiento: territorial, étnico y de clase. El autor, no obstante, defiende la necesidad de "puentes de diálogo con otros actores, como los obreros, ecologistas o estudiantes".

Miguel Vázquez Liñán ("Agenda para una memoria de la liberación") mantiene que existe una continuidad de la discusión habida a finales del siglo XIX entre el darwinismo social defendido por T. H. Kuxley y la defensa del instinto de sociabilidad y la solidaridad humana del anarquista Piotr Kropotkin. La caída del muro de Berlín habría servido para considerar como inevitable la derrota de un visión del mundo basada en el apoyo mutuo. El autor propone una memoria de la autogestión, de formas alternativas de consumo y de relación con la naturaleza apoyo mutuo; la recuperación de las luchas pasadas y las experiencias satisfactorias de vida; la memoria de las víctimas... Nos recuerda la dependencia de las élites político-empresariales y propone la necesidad de
 crear un circuito alternativo de medios de comunicación, junto con la democratización del sistema de medios. 


Una perspectiva ecologista del cambio social la plantea Jesús M. Castillo ("Clase trabajadora y ecología del trabajo"). Mantiene que la clase trabajadora, diversa y en continua metamorfosis, sigue siendo el sujeto revolucionario social. Propone huir de la práctica del hipercrecimiento y advierte que el crecimiento de las ciudades conlleva una mayor dependencia del mercado y el trabajo asalariado. El conocimiento colectivo, esto es, la noosfera, podría ser el comienzo de la transformación del trabajo hacia la sostenibilidad. Defiende el trabajo colaborativo, que puede generar nuevas fuerzas productivas, haciendo la propiedad privada más social, disminuyendo el impacto ambiental, mejorando las condiciones de las mujeres... Pero advierte del riesgo de que sea adueñado por el capitalismo. Considera, en fin, que la actual crisis económica y ecológica ha configurado en muchos lugares una nooesfera que aúna a comunidades indígenas, pequeño campesinado y gente trabajadora.