jueves, 31 de diciembre de 2015

El cuento de la unidad de España

Una vez acabado el periodo de digestión de los resultados del 20-D, se han puesto en marcha las maniobras correspondientes para controlar la situación por parte del sistema y que nada se le escape. Es decir, para que puedan seguirse aplicando las medidas que desde hace años se han iniciado y todo siga igual en lo fundamental.

Saltan las alarmas

En un primer momento (ver mi entrada del día 23 "Tras las elecciones, ¿qué acabará siendo?") tanto el PP como Ciudadanos dejaron claro sus posiciones, que eran coincidentes: un acuerdo para la estabilidad. Al PP le interesaba que lo fuera entre los dos grandes, al estilo de la grosse koalition alemana y, de paso, como forma de no darle cancha a su competidor en el espacio de la derecha. Pero fue Ciudadanos, en parte debilitado por unos resultados por debajo de lo esperado, quien dio con el término clave: un acuerdo entre tres "por la unidad de España". En el PSOE parecían en ese momento desorientados y, al margen de las declaraciones triunfalistas de Sánchez en la noche de las lecciones (por otra parte lógicas, porque se había salvado de un mayor batacazo que le daban las encuestas), se dedicaron a decir que no iban a apoyar al PP. 


Pero la cosa se fue tornando más complicada, teniendo en cuenta que hubo que hacer las cuentas más en serio. Y lo más llamativo ha surgido en el seno de la cúpula del PSOE, donde, de una forma descarada, hay sectores que se han lanzado a la yugular de su secretario general, Pedro Sánchez. La excusa, los malos resultados, y el temor, que pueda llegar a algún acuerdo con otros grupos, principalmente Podemos y las confluencias donde participa, y la necesaria inclusión de UP-IU y algún grupo nacionalista. Y es aquí donde, más que saltar las alarmas, han encontrado la coartada perfecta.


Un paréntesis sobre la personalidad de Susana Díaz

Pero vayamos un poco atrás en el tiempo. Sabido es que en el seno del PSOE ya hace más de un año, en plenas elecciones europeas, Felipe González habló de un pacto entre PP y PSOE "si España lo necesita". Fue algo que no sentó bien en su partido, porque electoralmente le perjudicaba. Pero no se trataba de un mensaje baladí: estaba apuntando en una dirección que podría, en futuro, hacerse realidad. 


Meses después, a finales de 2014, ocurrió lo de Andalucía, entrando en escena un personaje que hoy parece que está ganando enteros: Susana Díaz. Interpretó a la perfección el papel que le asignaron: la ruptura del pacto de gobierno con IU, haciendo para ello uso de unas formas altamente sospechosas, por no decir descaradas. Primero utilizó a IU para aprobar los presupuestos de la comunidad, a la vez que firmaba un acuerdo, forzado por la propia IU, para desarrollar en forma de ley el pacto de gobierno firmado en 2012. Se trataba nada menos que de cosas como banca pública andaluza, banco público de tierras, renta básica o atención a las necesidades básicas de los sectores socialmente más vulnerables. Y todo ello con mecanismos de supervisión para su cumplimiento, incluida una consulta interna de la militancia de IU. 


Díaz maniobró para que eso no fuera posible, introduciendo sucesivamente excusas: que si el viaje del vicepresidente Valderas al Sáhara Occidental atentaba contra las relaciones con Marruecos; que si la estabilidad del gobierno andaluz no podía depender de la decisión de miles de militantes de IU; que si Iu se había radicalizado... Unas malas formas que, por cierto, ya ensayó en abril 2014 con el episodio de La Corrala sevillana (precisamente donde el problema de la vivienda y la banca estaban por medio).

La jugada le salió perfecta, pues salió airosa de las elecciones, pese a haber obtenido menos votos, y debilitó a lo que estaba fraguándose por la izquierda, dejando a IU en una representación modesta. Pero lo importante fue que lo firmado en diciembre con IU quedó en agua de borrajas y, tras unos primeros momentos de dudas, consiguió que Ciudadanos se convirtiera en su báculo para la gobernabilidad de la comunidad.


Sobre la españolidad

Quienes ponen en su boca tanto la palabra España con frecuencia lo hacen para encubrir otras cosas. Hay partidos que tienen el pedigrí de ser y sentirse más españoles [y españolas] que nadie y mencionan por ello a su país y sus gentes más que nadie. Hablan de España como "una gran nación", "la nación más antigua de Europa" y a veces se atragantan con lo de "muy españoles, mucho españoles".

En el PSOE existe un cierto (o gran) complejo sobre lo de ser español. Y pese a que en su nombre lo llevan, en la Guerra Civil pasaron a ser parte de la anti-España, el calificativo e insulto que utilizaron quienes se consideraban portadores de la esencia española. Durante la Transición defendieron, como otros tantos grupos políticos, el derecho de autodeterminación de las distintas naciones del estado. Pero eso pasó al olvido y más desde que en 1982 se erigieron en uno de los pilares del sistema.   

Y es que no hay una única forma de ser y sentirse de España. Quienes sólo lo ven desde un solo prisma, tienden a hacerlo de una forma uniforme y forzada. Esa forma de pensar y actuar que llevó no hace mucho al ministro Wert a hablar de "españolizar a los niños catalanes". En muchos casos se trata de esa clase de personas que roban en las arcas públicas, hacen concesiones de fondos públicos a intereses privados, defraudan a la hacienda pública, privatizan servicios y bienes públicos, recortan en sanidad, educación o dependencia, hacen suntuosos negocios mientras ostentan un cargo público, tienen cuentas en paraísos fiscales, se benefician de las "puertas giratorias"... Patriotismo de la cartera.

Retomando la actualidad

Las maniobras de Díaz y sus barones de compañía contra Sánchez se han redoblado. Están pidiendo su cabeza y, pese a que ha aceptado la línea roja de no pactar con quienes "quieren destruir España", siguen insistiendo en ello. Ayer Díaz fue muy clara cuando proclamó en su mensaje como presidenta de la Junta de Andalucía que "la unidad de España es un pilar irrenunciable". 

Esto es, la unidad de España como coartada, porque lo principal, en el fondo, no es eso. Porque en nombre de España se busca que se sigan acometiendo las llamadas reformas económicas que hasta ahora sólo han servido para precarizar hasta extremos inverosímiles el empleo, perder derechos laborales, recortar los servicios públicos, privatizar bienes, empresas y servicios públicos... Para seguir agrandando, en fin, las diferencias sociales y perpetuar que sigan mandando quienes llevan haciéndolo siglos.

Y todo por la unidad de España.