lunes, 14 de diciembre de 2015

El ministro y el embajador: solidaridad de clase

El ministro dice que sufre por ver sufrir a al embajador. ¡Qué corazón el suyo, capaz de ponerse en la piel de su compañero de partido! ¡Qué talante recordándonos el buen hacer del embajador durante el terremoto de Nepal! (¿Quién habrá reconstruido el país y a qué precio?). ¡Pobrecito -el embajador, sí-, que se siente víctima de "ataques repugnantes" contra su persona y su honor! A eso se llama solidaridad de clase, ¡sí, señor! Me pregunto si el ya exembajador, como comisionista, sufría mientras se lo llevaba crudo o si lo hacía como un acto de bonhomía. Soy consciente que pertenece a esa clase de personas que se sienten libres de prejuicios a la hora de tratar con el dinero. Lo hacen, en muchos  casos -o en algunos, quién sabe- legalmente, porque se dedican a hacer las leyes que les permiten luego justificar sus trampas. Lo hacen también, cuando pueden -y porque quieren-, por el otro lado, que para eso están las sociedades fantasmas, los paraísos fiscales, las miradas para otro lado, la ingeniería fiscal... ¡Ay, patriotas del dinero!