jueves, 23 de junio de 2011

El muchacho con melena y cristales oscuros







































Corría octubre del año 1975 y por el instituto apareció un muchacho burgalés. Era alto y delgado, tenía melena larga y llevaba gafas metálicas con cristales oscuros. Nos hicimos bastante amigos gracias a nuestras afinidades políticas antifranquistas, algo que en clase, el COU 7, no abundaba, pues predominaba la indiferencia. Dedicamos muchas horas a charlar, en lo que nos cabía, además de la política, la cultura. 

Le encantaba el cine y veía más películas que yo, que tampoco me quedaba en la zaga. Compraba una revista del género, de la que no recuerdo su nombre, lo que hacía que tuviera más información que la que yo podía obtener por mí mismo. Me prestó algún ejemplar de vez en cuando y en cierta ocasión lo hizo para preparar una crítica de la película La naranja mecánica para la revista del club juvenil. Estuvimos en el grupo del instituto que organizó dos ciclos de cine: uno, para los chavales y las chavalas del recién iniciado BUP, en el que teníamos que presentar las películas (Patton…) y en teoría moderar unos coloquios que nunca se dieron porque al final salían en estampida; el otro, para la gente de COU e incluso de la universidad, de una mayor entidad por sus películas (El espíritu de la colmena, Con la muerte en los talones, La confesión, Círculo rojo, El proceso de Verona…) y los presentadores (recuerdo a Juan Antonio Pérez Millán, que por entonces hacía las críticas en el periódico El Adelanto), dando lugar a interesantes debates. Precisamente por la selección de las películas fue por lo que mi compañero se distanció del grupo, descontento por lo que consideraba una manipulación del cura del insti, al que llamaban “Netol” dado su parecido al de la marca de betunes. 

Mi colega era más radical que yo en casi todo. Por ejemplo, él era muy amante del rock, algo que a mí nunca me atrajo mucho. Por lo que me contó, estaba vinculado a un grupo que se decía asambleario y anticapitalista, y había participado durante el verano en las movilizaciones contra las penas de muerte impuestas a militantes de ETA y el FRAP, cinco de los cuales acabaron ejecutados en septiembre. Cuando supo lo de mi militancia en “la joven”, le  pareció poca cosa, por reformista, y se negó por ello a formar parte de la junta democrática del instituto, a la que infructuosamente le invité a entrar. No rechazó, sin embargo, formar parte de la plataforma reivindicativa de estudiantes, desde donde llegamos a paralizar el instituto un día. 

Juntos hicimos un trabajo voluntario para la asignatura de Historia Contemporánea, eligiendo para la ocasión un tema muy propio de la épica militante: “La Comuna de París de 1871”. Su intención era estudiar Periodismo en Madrid, lo que hizo acabado el curso y aprobada la selectividad. 

No volví a verlo quizás hasta la primavera de 1977, cuando estábamos en 1º de nuestras respectivas carreras. Un día apareció por la Plaza junto con otros amigos, bien cargadito no sé de qué, pero lo suficiente para mantener una risita permanente. Intercambiamos algunas palabras, pocas, las suficientes para saber que estaba en un colegio mayor –que he descubierto ahora que era el celebérrimo San Juan Evangelista- y, sobre todo, para que acentuara sus risitas cuando vio que estaba haciendo labores de propaganda para mi partido. Resulta evidente que estaba en otra onda no sólo de lo mía, sino de la suya de meses antes. 

No hace mucho he sabido que es un reconocido crítico musical, que trabaja en publicaciones importantes y que ha escrito algún que otro libro. Es experto en jazz, aunque hace uso del espectáculo en directo mezclando una variedad de autores, estilos y épocas. En una entrevista reciente ha dado muestras de su sapiencia musical, sin que le haya faltado  gratitud a la figura de su padre, un viejo luchador cristiano de base que le respetó siempre su agnosticismo. Lo he podido reconocer en algunas fotografías, más mayor que antaño, por supuesto, pero manteniendo su gusto por los cristales oscuros en las gafas y una larga melena, que a veces recoge con una coleta. Parece como si el que fuera hace años antiguo compañero de estudios siguiera siendo el mismo en sus formas desenfadadas. Me lo imagino entre los sones de sus músicas y los ruidos de la jungla madrileña que ha encontrado como su refugio de por vida. Lo que no sé es si volvería a emitir sus risitas permanentes cuando, por un suponer, nos cruzáramos de nuevo.