domingo, 13 de marzo de 2011

A espaldas de la naturaleza

El riesgo nuclear está presente en varias del más de medio centenar de centrales que existen en Japón. Una, la de Fukushima, está inmersa en un grave accidente sin que sepamos realmente qué está ocurriendo. En la de Tokai acaban de saltar las alarmas. Otras más corren serios riesgos de accidente. La información que nos dan es a cuentagotas. 

Hace un cuarto de siglo, en abril de 1986, se rompieron todas las barreras acerca de los riesgos de la energía nuclear cuando ocurrió lo de Chernobil. Pese a los gravísimos daños causados, la cosa quedó neutralizada. La coartada utilizada fue la negligencia habida en las normas de seguridad en la extinta URSS. Pero lo ocurrido en la central nuclear de Harrisburg en 1979 también fue real, cuando la ciudad de más de cien mil habitantes estuvo a punto de ser evacuada. Como reales han sido los numerosos accidentes, de distinto grado, que se han ido sucediendo desde el primer momento, y que han ocultado o minimizado. Hay demasiados intereses en ello. Es el capital en estado puro.

El terremoto de Japón y el tsunami que le ha seguido están generando una alarma mundial sin que se sepa todavía la dimensión de lo ocurrido ni las secuelas que pueden dejar. Contra la acción de la naturaleza poco podemos hacer en ocasiones, y más cuando la Tierra cruje y las olas se desatan con suma ferocidad. Digo en ocasiones, pero no siempre, porque nuestra especie está haciendo uso de un afán desmesurado por explotarla. Como mi amigo Nicolás M. Sosa escribió en su día, “se han modificado sustancialmente inmensas regiones del planeta, poblándolas, agotándolas y cubriéndolas con desechos de la actividad industrial”, a lo que añadió que “el problema es que todo esto se ha hecho de espaldas a las leyes de equilibrio de la propia naturaleza” (Ética ecológica, 1994, p. 45).

Ojalá que un país como Japón, que ha sufrido más que ninguno por la maldita radiactividad de las bombas de 1945, sea la punta de lanza de una ofensiva social contra la energía nuclear. Y como también escribió mi amigo Nicolás, “el mejor Plan de Emergencia es acabar de una vez para siempre con el riesgo nuclear” ("Informe sobre inseguridad nuclear", 1986, p. 6).