Gaditano de origen, gracias a Paco Malia -amigo común- he ido sabiendo algo de su vida y de sus afanes y entregas dentro de ella. Por ejemplo, de su infancia en Barbate (aunque nacido en Vejer de la Frontera), de sus años como seminarista en Sevilla, de su pronta inclinación hacia las gentes humildes cuando se trasladó a Granada, de su amor por la poesía, de su afición por tener una biblioteca sobre Barbate... Y también gracias a Paco he accedido a su poemario Nacen las claridades todavía (Granada, Esdrújula, 2019). La red electrónica, a su vez, me ha permitido llegar a más cosas, desde su poesía hasta la manera de entender casi todo.
Hay una entrevista de 2018, publicada en secretOlivo y realizada por Javier Gilabert y Fernando Jaén, que nos ayuda mucho a conocer a José Gilabert Ramos. Nos habla en ella, entre tantas otras cosas, de su creación literaria, y el arranque -La mirada herida- y la evolución de su poesía, donde evoca a su tierra de origen -Memoria de loco- o hace una declaración de amor a la de acogida -Las aceras de la prisa-. Nombra a poetas, como Antonio Machado, Jaime, Gil de Biedma, José Ángel Valente, Ángel González, Ángeles Mora, José Iniesta o Gerardo Venteo, pero no se olvida de Javier Egea, Luis García Montero, Inmaculada Mengíbar o Luis Muñoz. Reivindica los libros y la literatura, y siente repulsa por el afán desaforado del dinero y el triunfo -esa "criminal pasión de poseer" de la que nos habla otro poeta, Manuel Fernando Macías-...
Nacen las claridades todavía está compuesto de tres partes, cuyos títulos empiezan con el adverbio de lugar "Donde...". Y así es como "... el silencio planta su palabra", "... la alteridad es un camino" o "... las sombras buscan claridades". Poemas, todos, que están llenos de vida, de deseos, de nostalgias, de rabia, de esperanza... Un almacén, como escribe José Rienda en la contraportada, "donde se guardan objetos con la intención de recuperarlos".
Un libro no muy extenso, pero sí intenso, que en su primer poema, "¡Oh luz de mis primeros días!", arranca así: "Como quien busca flores en la arena / yo te buscaba por las playas del mundo, / ¡oh luz de mis primeros días!, y tú estabas en el hueco escondido / de la más oscura sombra". O que, en el que lo cierra, desemboca en estos últimos versos: "entregar la armas al romper el día / y entonar un canto de gozosa entrega / al llegar al hogar de la consciencia / donde las sombras buscan claridades".
Y en medio, un muestra -no tanto por azar, como por lo que me impactó al leerlo por primera vez- el poema "Duele el aire":
A veces hasta el aire
duele
cuando la ciudad se
refugia
en el trasiego de la
gente
que camina sin ver lo
que pasa.
A nadie parece
importarle
lo que cada cual
arrastra
y todos buscan su
anestesia
en el olor de las
cafeterías
como si hubiera que
huir de algo,
-con la cara de
nadie-
que se nos adhiere a
la ropa
y nos impide el paso
en las aceras.
En la ciudad el aire
esparce su dolor con
cuentagotas
y se detiene ebrio en
las esquinas
donde la pena esconde
su envejecido rostro
de carbón y nicotina.
Nadie, nadie,
-no exagero-
nadie detiene su paso
y se para un instante
a contemplar las flores
que la miseria
siembra
en nuestras calles.