lunes, 22 de agosto de 2011

Una subida a la Peña de Francia

























El jueves pasado subí con mi hermano Juan Miguel a la Peña de Francia. Salimos sobre las diez de la mañana, quizás un poco tarde,  desde El Cabaco, a cuyo municipio pertenece la que es la altura mayor, a 1723 metros, de la sierra de Francia, una más de las que se alinean de este a oeste a lo largo del Sistema Central. Cuando media hora antes llegué al pueblo desde la capital, creí que íbamos a hacer una marcha entre dos o tres pueblos de la zona. Sin embargo, inducido por mi hermano y sin ninguna oposición por mi parte, me vi en la Dehesa del pueblo para iniciar el recorrido hacia la Peña. Los primeros 4,5 kilómetros del trayecto fueron de una tenue subida, siempre acompañados de robles y la sombra generosa que nos ofrecían, sin que faltaran los numerosos mosquitos que no paraban de pulular a nuestro alrededor y que nos obligaban a mantener las manos en permanente agitación. Los siguientes 3 kilómetros fueron de una subida algo más empinada, en la que fueron alternándose con los robles, pinos de repoblación y tramos clareados de árboles donde el sol se dejaba sentir cada vez con más intensidad. Fue un día de mucho calor. Los últimos 2,5 kilómetros, sin que llegaran a ser de vértigo, lo fueron para mí de una gran dureza por la rapidez de la ascensión. Parecía mi hermano una ardilla, dado el ritmo que imprimió a la marcha y la resistencia que mostró en todo momento, y eso que  su edad es bastante –algo, para él- superior a la mía. Por el camino me fue desvelando pormenores de otras ascensiones suyas, como la gente que le acompañó, las dificultades del antiguo sendero o el tiempo empleado en la subida. De esto último me dijo que tenía una marca de tres horas menos tres minutos. Los descansos cortos que me impuse me permitieron, además de tomar aire, fotografiar y contemplar el paisaje que se asoma hacia el norte, con las estribaciones más bajas de la sierra de Linares y la penillanura que se va perdiendo en la lejanía con su alfombra de encinas. Fueron dos horas y media de camino, que rebajaron en unos treinta minutos la marca de mi hermano. Ya arriba, donde se sitúan el santuario de la virgen, la hospedería de los monjes, la cafetería y la torre de telecomunicaciones, no faltó la presencia de jóvenes, subidos en autobús, que bajo la denominación de peregrinos han estado surcando durante días lugares y ciudades para recibir al Papa de la catolicidad. Después de media hora de descanso e hidratación, reanudamos la marcha hasta completar casi dos horas de bajada, aunque esta vez sin pausa.