viernes, 10 de mayo de 2019

Rubalcaba, el guardián del felipismo









































El fallecimiento de Alfredo Pérez Rubalcaba ha impactado en los medios de comunicación y buena parte de la sociedad española. Ahora tocan los panegíricos de mucha gente y en otros casos, lo contrario. Quizás me pueda encontrar entre quienes se sitúan en esta última situación, pero, ante todo, lo que pretendo es retratar al personaje político en lo que fue su larga trayectoria. 

Rubalcaba, como era conocido en el mundo de la política, representaba, más que ninguna otra persona, el felipismo. Por ahora incombustible, aunque quizás ya en las últimas. Cuando el PSOE ganó las elecciones de 1982, pronto fue aupado a la cumbre de las altas esferas del gobierno y de su partido, hasta convertirse, años después, en el único superviviente de relieve de la senda marcada por Felipe González, una vez que éste dejó de hecho la primera línea política en 1996. 


En la pugna por la secretaría general del PSOE, apostó siempre por quienes querían mantener esa continuidad del felipismo: por Joaquín Almunia frente a Josep Borrell; por José Bono frente a José Luis Rodríguez Zapatero; por él mismo frente a Carmen Chacón... Inicialmente apoyó a Pedro Sánchez, como también lo hizo el felipismo, frente a Eduardo Madina, pero luego participó en la defenestración de Sánchez y, claro está, apoyó a Susana Díaz frente al segundo Sánchez, el resurgido.


Rubalcaba inició su andadura en las altas esferas de la administración dentro del ministerio de Educación, donde en 1992 llegó a ser ministro. Por poco tiempo, pues González al año siguiente le encargó otro ministerio, el de Presidencia, más político y, quizás, más acorde con aquello en lo que se movió mejor que nadie: las enredaderas internas del estado. Fue por ello copartícipe, aunque tardío, de la deriva que había tomado su gobierno desde años atrás en lo referente al terrorismo de estado (los GAL y demás) y la corrupción. Y en plena crisis de su partido y de su gobierno a mediados de los noventa, protagonizó a través de un "comando" que llevaba su nombre una serie de acciones que buscaban desactivar como fuera la creciente influencia de IU, entonces liderada por Julio Anguita. Ya se sabe, cosas como lo de la pinza, evitar que IU consiguiera las alcaldías de Málaga y Córdoba, que pasaron a manos del PP...


Cuando en el año 2000 el PSOE sufrió la severa derrota del PP, iniciándose la cresta de la ola del aznarismo, Rubalcaba pasó temporalmente a un segundo plano. Pero con la derrota del PP en 2004, atentado del 11-M y mentiras de Aznar y compañías incluidas, se erigió en una persona clave de su partido: primero como su portavoz en el Congreso, ya con Zapatero como jefe de gobierno; y luego, desde 2006, como ministro del Interior. Y es aquí donde consiguió el mayor de sus éxitos políticos, porque supo hacer uso con suma habilidad de los mecanismos del estado, lejos de los que su jefe anterior había desplegado en los años ochenta, para conseguir que ETA abandonara la lucha armada. Circunstancias aparte, con una sociedad vasca muy cambiada y una izquierda abertzale apostando de lleno por la vía pacífica, Rubalcaba dio el impulso necesario para que eso ocurriera, aun cuando la derechona le diese por todos los lados.


Su desgracia le vino en la fase final del gobierno de Zapatero, cuando, en plena crisis económica, dicho gobierno optó por plegarse a los dictados de la dirigencia económica europea. Ascendió incluso, ya en 2010, a la vicepresidencia del gobierno y asumió la portavocía, sin perder su responsabilidad al frente de Interior. Luego le tocó en (mala) suerte liderar a su partido en unas elecciones, las de 2011, donde poco tenía que hacer. El PP, con Mariano Rajoy al frente, y armado de demagogia, la ingenuidad de buena parte del electorado y el sistema electoral, arrasó, dejando al PSOE casi en la estacada.


Para redondear la cosa, asumió un año después, previas primarias, la secretaría general de un partido que parecía incapaz de renovarse. Y así le fue la cosa, pues en 2014 hubo de dimitir después de una nueva derrota electoral, la de las europeas, y ver cómo por la izquierda aumentaban los apoyos a IU (primero) y Podemos (después), mientras empezaba a romperse el bipartidismo. Pero antes de irse protagonizó su último servicio al estado, esta vez relacionado con la Corona, cuando pactó con Rajoy la abdicación de Juan Carlos I, en un momento donde el prestigio de la institución y de quien la ocupaba se encontraba por los suelos. 

Lo que vino tras su dimisión, aparentemente ya retirado de la política, fue su participación desde la sombra en el mantenimiento del viejo felipismo. De ahí sus movimientos hacia Sánchez, con el que acabó jugando duro. Ayer el jefe de gobierno en funciones, bien aconsejado por el equipo de mercadotecnia que tiene, regresó a Madrid ante la inminencia de su muerte. Un gesto de cara a la opinión pública en plenas elecciones, pues por dentro debió de pensar otra cosa. De esto estoy seguro, aunque no lo puedo demostrar.