domingo, 8 de abril de 2018

Lula, en prisión, pero ¿hasta cuándo?


El Tribunal Supremo brasileño denegó días pasados el habeas corpus, a Luiz Inácio Lula da Silva. Una votación ajustada de seis votos contra cinco que ha determinado finalmente el ingreso en prisión de quien fuera presidente de Brasil entre 2003 y 1010. Con Lula se completa la defenestración de lo que fueron las presidencias vinculadas al Partido de los Trabajadores, dado que quien le sucedió en el cargo, Dilma Roussef, fue destituida por el Senado en 2016.

La decisión sobre Lula está siendo muy polémica en un doble sentido. La primera, porque se ha vulnerado su derecho de defensa, desde el momento en que sus abogados no han podido agotar todos los recursos contemplados en la justicia brasileña. En segundo lugar existe una inconsistencia en las acusaciones, sin que se haya podido demostrar la materialidad concreta de la acusación de corrupción pasiva. Todo esto está conllevando, a juicio de la defensa y bastantes juristas a concluir que se está llevando a cabo un claro abuso de poder. Así mismo, dada la gravedad, su caso se ha llevado ante el Comité de Derechos Humanos de la ONU.

A todo esto hay que añadir un hecho nada desdeñable, como es la denuncia de que se está utilizando perversamente por parte del juez Moro y la fiscalía a determinados medios de comunicación. Desde el primer momento se ha dicho que se están llevando a cabo filtraciones de informaciones no contrastadas y con acusaciones infundadas.

Entramos así en una situación que va más allá de lo propiamente judicial. En los dos casos, de Lula y Dilma, se han tomado unas medidas drásticas bajo graves acusaciones relacionadas con la corrupción. A Dilma se le responsabilizó de la manipulación de cuentas fiscales y de haber firmado decretos económicos sin que los aprobara el Congreso. Unas acusaciones que sólo tuvieron como soporte efectivo la decisión de un Senado controlado por los partidos de la derecha, que votaron en bloque por la destitución. Curiosamente quien le sucedió en el cargo fue Michel Temer, vicepresidente hasta ese momento y dirigente del derechista PMDB, pero coaligado en el gobierno con el PT ya desde la presidencia de Lula. Una persona y un partido que también están bajo las sospechas de corrupción, pero sobre los cuales parece que existe bula.

Sobre Lula las acusaciones partieron desde medios judiciales, en primer lugar del juez Sergio Moro, que ya hace dos años ordenó su arresto domiciliario bajo la acusación de haber recibido sobornos millonarios de la empresa Petrobras y la constructora OAS, y haber blanqueado dicho dinero. La sentencia posterior de un tribunal regional de justicia ratificó las acusaciones, condenando a Lula a 12 años de cárcel, eso sí, dentro de la categoría difusa de corrupción pasiva

Lula es una persona muy popular en Brasil. Su extracción humilde y su trayectoria lucha sindical, llevada a cabo sobre todo durante los años de la dictadura militar, hicieron de él un héroe en amplios sectores de la sociedad brasileña. En la actualidad, después de que anunciara su candidatura a la presidencia del país, se encuentra a la cabeza de las preferencias, a distancia de sus seguidores. Quizás eso es lo que ha hecho que se haya intensificado la toma de medidas o emisión de declaraciones contra él desde distintos ámbitos. Uno, el de  la judicatura, que, como hemos visto, ha acabado condenándolo. Otro ámbito son los medios de comunicación, controlados en su mayoría por los poderes económicos y los grupos conservadores, que no han cesado de lanzar feroces campañas contra él y hasta emitido programas de ficción vinculándolo con el mundo del narcotráfico. Y no han faltado altos mandos militares, que, a través del comandante en jefe, el general Eduardo Villas Boas, han lanzado una advertencia sibilina: “[el ejército] comparte el anhelo de todos los ciudadanos de bien del repudio a la impunidad y del respeto a la Constitución, a la paz social y a la democracia, así como se mantiene atento a sus misiones institucionales”.

No ha sido la primera vez que me he referido en este cuaderno a la situación brasileña. En todos los casos he intentado poner de relieve el significado de los gobiernos habidos en Brasil desde que en 2003 Lula accediera a la presidencia del país, sus logros, tanto internos como internacionales, y sus contradicciones (entre otras entradas están las de 23-06-2013, 13-10-2014 y 26-10-2014). Hace dos años publiqué  “Brasil y Lula, en la encrucijada de América Latina”, donde abundaba sobre el momento en que Lula y Dilma, respectivamente, estaban en pleno acoso judicial y parlamentario, con el aderezo de las campañas mediáticas. Destituida al poco tiempo la segunda, del primero se ha decidido ahora inhabilitarlo de por vida.

Lo ocurrido estos días, con un Lula guarnecido en la sede de su sindicato y apoyado por decenas de miles de personas, no ha dejado de ser un acto simbólico. Me atrevo a decir que, en primer lugar, ha querido mostrar, agotando hasta el último momento el plazo dado por el juez Moro, cuáles son sus orígenes sociales y de qué es expresión. Y también, en segundo lugar, al acabar entrando en prisión, ha querido dar a entender que respeta la decisión a la espera de que en un futuro pueda resolverse su caso a su favor y de esa manera dejar constancia que la vulneración de las leyes o el abuso en su aplicación parte de quienes se llenan la boca a la hora de mencionarlas. Incluso por parte de esos jefes militares, herederos de la dictadura, que ahora claman por su cumplimiento.

Brasil está viviendo un momento importante. Se ha puesto de manifiesto que desde los poderes económicos, los medios conservadores y el imperio no se va a permitir transigir con vías autónomas a sus intereses. Entre los primeros, aun cuando sólo hayan tenido que ceder parte de sus beneficios para redistribuirlos entre los sectores sociales más desfavorecidos, que son muy amplios. Entre los segundos, porque no permiten que el país sea gobernado por nadie más que no sean la oligarquía, las familias de rancio abolengo o los estratos intermedios que sólo miran para arriba, olvidando a quienes están abajo. Y desde el imperio, porque quiere recuperar el poder perdido desde que a finales del siglo pasado la Venezuela liderada por Hugo Chávez iniciara para el continente latinoamericano un periodo de gobiernos independientes. 

Lo que ocurra con Lula marcará en gran medida el futuro de su país y también de América Latina. ¿Hasta cuándo estará en prisión?