martes, 3 de mayo de 2016

La huella de Miguel Hernández en Vila Verde de Ficalho












































Hemos estado recorriendo estos días la comarca del Andévalo, cuya 
etimología puede provenir del dios celta Endovélico. Es la comarca más occidental de Andalucía, lindante con Portugal, que me ha recordado la penillanura del oeste de la Meseta, desde Salamanca hasta Badajoz. Una tierra con raíces profundas en el tiempo: en lo puramente físico, dentro de la parte más meridional de lo que fue el llamado macizo Hespérico; y en lo más propiamente humano, con huellas que permiten percibir paisajes agrarios de dehesa, los más recientes de los cultivos intensivos y, por supuesto, las profundas horadaciones de la tierra excavadas para buscar metales en sus entrañas. 

El sábado pasado, cuando ya salíamos de San Bartolomé de la Torre, vi desde el cochepor casualidad, una placa dedicada al poeta oriolano. Sabía de su intento de huida por la provincia de Huelva hacia Portugal cuando acabó la guerra, allá por 1939, pero muy poco recordaba sobre los detalles de lo ocurrido y menos de las poblaciones por las que pasó. No dudé en hacer una fotografía de la placa, donde aparecen la imagen del poeta y unos versos de "Vientos del pueblo me llevan" ("cantando espero a la muerte, / que hay ruiseñores que cantan / encima de los fusiles / y en medio de las batallas"), creyendo que el pueblo tuviera que ver con la peripecia de su huida. 

Dos días después, también por azar, volví a encontrarme con otra huella del poeta. Habíamos entrado unas horas antes en Portugal desde Paymogo, comido en un humilde restaurante de Santa Iria y paseado por las calles de la preciosa Serpa, cuando, llegando a la frontera, propuse parar en Vila Verde de Ficalho. Y ahí fue donde, después de hacer un fotografía a la iglesia del pueblo, me topé con un pequeño jardín y un monolito dedicado a Miguel Hernández. Dada la proximidad con Rosal de la Frontera, creí en ese momento que estaba en el lugar donde había sido detenido. 

Ya en casa he procurado documentarme mejor. Cruzó la frontera el 29 de abril y, al parecer, fue Santo Aleixo el primer pueblo portugués en el que estuvo y desde ahí se dirigió a Moura, la capital del municipio, donde fue detenido al día siguiente por la guardia portuguesa. El 4 de mayo fue devuelto a las autoridades españolas en Rosal de la Frontera, iniciando así el periplo de lugares de detención que le llevaron a la muerte tres años después en el penal de Alicante. Según cuentan, lo ocurrido fue toda una concatenación de circunstancias, a cual más dramática: el aspecto externo del poeta debió de ser deplorable; la necesidad de obtener dinero le llevó a vender el único objeto de valor que tenía, un reloj de oro que le había regalado su amigo Vicente Aleixandre por su boda; y el relojero con quien hizo la operación acabó denunciándolo, creyendo que era robado

No he podido averiguar la relación de Vila Verde de Ficalho en todo esta historia. Desde que se colocó el monolito hace unos pocos años se vienen celebrando encuentros poéticos de gentes de los dos países vecinos. No falta que le dediquen canciones las gentes del lugar, haciendo gala de unas voces que parecen salir de lo más profundo del ser humano. De lo que no cabe duda es que se trata del pueblo más próximo a Rosal de la Frontera, por lo que resultaría más probable que fuera por su término por donde acabara cruzando clandestinamente la frontera para luego dirigirse a Santo Aleixo y Moura. He leído que de haberlo hecho más al norte, habría encontrado la ayuda solidaria que recibieron las personas que huían de la cárcel y de la muerte. 

Que fuera o no una elección acertada, no deja de ser una conjetura. Lo cierto es que por esos días -ignoro si antes o después de su detención- dejó escritos estos versos:

Llegó con tres heridas:
la del amor,
la de la muerte,
la de la vida.

Con tres heridas viene:
la de la vida,
la del amor,
la de la muerte.  

Con tres heridas yo:
la de la vida,
la de la muerte,
la del amor.