viernes, 28 de diciembre de 2012

Víctor Jara y los portadores de la muerte
























Acabo de leer que han sido procesados siete militares chilenos acusados de asesinato de Víctor Jara. Murió en el Estadio Nacional de Santiago el 16 de septiembre, cinco días después del golpe de estado, acribillado a balazos y tras ser vejado y torturado. Su cuerpo fue abandonado en un descampado y una vez descubierto estuvo a punto de ser enterrado en una fosa común, lo que no ocurrió gracias al acto más que atrevido de un funcionario judicial. Por eso pudo ser finalmente enterrado en un cementerio. La prensa del régimen, sin embargo, se refirió a una muerte sin violencia. En 1990
la Comisión de la Verdad y la Reconciliación determinó que había recibido 44 balazos. Se sabe mucho del calvario que sufrió durante su detención, como lo pasaron tantas personas esos días. Existen numerosos testimonios de testigos que presenciaron lo que ocurrió. De víctimas y hasta de soldados que estuvieron allí. Los oficiales que dirigieron las operaciones de tortura y asesinato en la prisión improvisada que fue el Estadio Nacional quedaron indemnes durante la dictadura. Desde 1990 consiguieron escurrirse de las acusaciones, pese a que las investigaciones judiciales y de diversas asociaciones de derechos humanos iban cerrando el círculo. Un manto de silencio desde las bambalinas del estado y un pacto de silencio entre los asesinos lo permitieron. Alguno vive desde hace años en EEUU. Pese a todo, se han ido atando más cabos sueltos, dando consistencia a las investigaciones. En 2007 fue condenado como coautor de su muerte un soldado, José Paredes, que a su vez acusó varios oficiales, que hoy están entre los encausados por el Juez Vásquez.  


¿Por qué mataron a Víctor Jara? Era una persona comprometida política y socialmente. Como militante del Partido Comunista estaba expuesto a ser una víctima de la represión. Como cantante destacó por sus denuncias de injusticias. Gozaba de una gran popularidad, lo que podía haber sido motivo de que, al menos, se hubiera actuado con él con mayor discreción. De Pablo Neruda, que era una celebridad internacional, hay indicios consistentes de que lo mataron sutilmente en la clínica donde fue ingresado al poco del golpe. Sorprende, sin embargo, la saña con la que actuaron con Víctor Jara. Al poco del golpe se corrió la voz de una frase pronunciada por uno de los oficiales después de ser torturado: “¡Canta ahora si puedes, hijo de puta!”. Joan Jara ha mencionado en varias ocasiones que fue el apodado “El Príncipe”, de nombre real Edwin Dimter Bianchi.  

Hay una canción de Víctor Jara, “Manifiesto”, donde parece que hace una premonición de lo que fatalmente le ocurrió. En ella empieza diciendo que el hecho de cantar tiene una explicación fuera de la banalidad o de sus méritos, lo que resulta coherente con el carácter de su militancia y compromiso:

Yo no canto por cantar
ni por tener buena voz, 
canto porque la guitarra 
tiene sentido y razón.
 

Más adelante, deja claro cuál era el sentido de sus canciones y a quiénes iban destinadas:

Que no es guitarra de ricos 
ni cosa que se parezca.
Mi canto es de los andamios 
para alcanzar las estrellas, 
que el canto tiene sentido 
cuando palpita en las venas 
del que morirá cantando 
las verdades verdaderas, 
no las lisonjas fugaces 
ni las famas extranjeras 
sino el canto de una lonja 
hasta el fondo de la tierra. 

Versos nítidos. Y cuatro de ellos premonitorios: “el canto tiene sentido / cuando palpita en las venas / del que morirá cantando / las verdades verdaderas”.

¿Por qué, pues? Está claro que la violencia del fascismo no fue casual. Por eso actuó con la contundencia que se sabe. Él fue una víctima más, quizás víctima desgraciada de las “ganas que le tenían” los portadores de la muerte.