viernes, 7 de diciembre de 2012

De estudiante proletarizado a profesor universitario




















Corría el año 1976, en otoño, cuando me dijeron que tenía que acompañar al "Rubio" para visitar las obras. La intención era hacer una encuesta a los obreros de la 
construcción para conocer mejor su situación y, de paso, abrir una vía de comunicación con ellos. Me habían elegido porque -decían- mi pinta era más propia de un obrero (llevaba el típico jersey de lana y cuello alto a lo Marcelino Camacho) que la de otros compañeros de la Universidad. 


"El Rubio" había llegado de fuera hacía poco y actuaba como el militante comunista, antes estudiante, que se había proletarizado. Llegó a formar un núcleo de trabajadores del sector que junto con otros del comercio, la hostelería y de la sanidad constituyeron en 1977 el sindicato ligado a mi partido. Fue combativo y atrevido. Fue detenido durante las elecciones, las primeras en cuarenta años, por promover una huelga en la construcción. En pleno mitin del frente electoral en el que se presentó mi partido apareció recién liberado de la comisaría y una gran ovación de miles de personas lo recibió como un héroe. Luego dejó la actividad sindical y se centró en la organización del partido. 

Su compañera -alma desde el principio y muy querida por su gente- y él intentaron darle su horma, donde no faltó una elevada carga de voluntarismo. No se me olvida la obsesión por aumentar la venta del semanario del partido y su crítica -que sufrí personalmente- por considerar que no se extremaba la imaginación. 

Al cabo de unos meses se fueron a la capital castellano-leonesa. Ella, a cumplir otras tareas dentro del organigrama del partido y él -sospecho sin mala intención-, para culminar sus estudios. Puede que lo tomaran como un alivio, como una forma de salir de una ciudad que no daba para tanto políticamente. Aunque al final lo que ocurrió es que nuestras ilusiones se toparon con una realidad tozuda. 

Nunca más supe de él -algo más, poco, de ella- hasta que pasados los años averigüé que era profesor en la Universidad de su tierra y que se había especializado en el estudio de los últimos periodos de nuestra historia, esto es, la guerra del 36, el franquismo y lo que le siguió. Es autor de un libro interesante sobre el papel del carlismo en la insurgencia contrarrevolucionaria de 1936 y he podido leer también una colaboración suya en una obra conjunta sobre la Transición. 

En una entrevista de 1998 publicada en un conocido periódico criticó el excesivo historicismo de las interpretaciones políticas del pasado e invitaba a un desapasionamiento en la investigación histórica. Pedía, incluso, "enfriar la memoria", a la que anteponía el rigor científico. Después ha seguido profundizando en esa idea, proponiendo la theoria frente a la poiesis y la praxis. Es decir, la mediación de la historiografía para asumir "la crítica verdad histórica". En medio, fue muy claro en 2001 cuando optó públicamente por el acuerdo entre Mayor Oreja y Redondo Terreros sobre el futuro del País Vasco. Más recientemente ha criticado el contenido de algunas de las entradas del diccionario editado por la academia de la historia, aludiendo a una "disposición neutral" por parte del historiador. 

Quizás me haya alejado un poco de la intención de evocar un reencuentro. ¿O no? En una fotografía -la única- que he localizado en la red, donde aparece en un acto público, me resulta reconocible su cara. Pero con la huella del paso de los años. Se le ve con gafas y una corbata de un color estridente. Es la edad, que no perdona. Y también el paso del tiempo. ¡Ay!