sábado, 20 de julio de 2024

Comuneros, sombra y sueño, una pieza teatral de Ángel González Quesada

 

Aprovechar los veranos de Salamanca viendo teatro por sus calles y plazas es una delicia. Como lo ha sido disfrutar de Comuneros, sombra y sueño, obra del escritor Ángel González Quesada e interpretada por el grupo Etón. El autor, además, la ha dirigido e incluso participado como actor, en su caso en la figura de Juan de Padilla. Y el marco, ese bello rincón entre las dos catedrales que es el Patio Chico, un espacio por donde fueron desfilando y disertando cada uno de los personajes

Cuatro espectros de otro tiempo, de ese momento real que fue el movimiento de las Comunidades de Castilla, que entre 1520 y 1521 hizo frente al poder extraño que para muchas de las gentes supuso la entronización como emperador de Carlos de Gante. El heredero de los planes trazados años atrás por Fernando de Aragón e Isabel de Castilla, quienes, tras unir dinásticamente dos de las coronas ibéricas, miraron hacia Europa a través del casamiento de su hija Juana, a quien apartaron como Loca, con Felipe, conocido como el Hermoso y heredero de vastos estados y territorios del centro y norte de Europa. Vastos, porque iban desde Austria y parte de la actual Alemania hasta Flandes, Borgoña y el Franco Condado. El celo por mantener sus libertades, como se denominaba entonces la capacidad de las ciudades castellanas de autogobernarse y limitar el poder de sus monarcas, llevó a que amplios y diversos sectores de la población, desde el campesinado y el artesanado hasta el patriciado urbano, se alzasen en armas contra lo que temían que ocurriera y acabó ocurriendo. 

De los cuatro personajes, dos son conocidos: Juan de Padilla, el jefe comunero de Toledo y luego capitán de las tropas comuneras que se enfrentaron en Villalar a las que defendían al emperador Carlos; y María Pacheco, su esposa, la aguerrida mujer que resistió en Toledo. Los otros dos son presentados como símbolos del sufriente pueblo llano, lleno de personas anónimas: Cristóbal Díez, peletero y combatiente comunero; y Benedicta Morán, esposa y madre, que perdió a varios miembros de su familia y que sola tuvo que hacerse cargo de sus vástagos menores.

Sus voces se dejan oír para mostrarnos lo que hicieron, dejar constancia de sus sueños y hacernos ver que, pese a las sombras, la memoria de lo ocurrido sigue siendo necesaria.