Las dos economías más potentes de Europa, Alemania y Francia, tienen una nada desdeñable parte de la población inclinada hacia la extrema derecha. Si hace unos meses el Frente Nacional llegó al 14% en las elecciones legislativas y su candidata logró llegar al ballotage en las presidenciales, el domingo pasado la Alternativa por Alemania rozó el 13%, situándose como tercer partido y, quizás como más reseñable, entrando por primera vez en el parlamento federal desde 1955. También en el Reino Unido la extrema derecha tiene una presencia importante, aun cuando en las últimas elecciones se desinfló, a lo que no es ajeno el sistema electoral. El mapa que se adjunta permite ver la relevancia que esa opción política tiene actualmente en los distintos países europeos. En Suiza, como fuerza más votada. En Austria, Dinamarca, Finlandia o los Países Bajos, como segunda. En otros, como Hungría y Suecia, como tercera.
Una amalgama de grupos, diversos entre sí, pero con elementos comunes, tales como la xenofobia, sobre todo de tinte islamófobo; un nacionalismo exacerbado que le lleva a rechazar o, al menos, distanciarse de la UE; un grado elevado de homofobia; el anticomunismo permanente...
En su afán por expandirse han encontrado apoyo en amplios sectores de la población que, de distinta manera, se sienten castigados por la situación de crisis y desmantelamiento del estado de bienestar. Han conseguido atraer en mayor medida a sectores vinculados a la vieja pequeña burguesía de propietarios rurales y urbanos, tradicionalmente conservadora, y sectores de la clase obrera que en situación de paro o precariedad se muestran contrariados por la aplicación de medidas neoliberales.
Su cercanía a otros sectores populares, pero de orígenes y culturas distintas, ha sido un aliciente para que éstos sean vistos como rivales, cuando no enemigos, marcándolos como responsables de su situación. Las comunidades de origen turco, magrebí, subsahariana, etc., o la llegada masiva de personas refugiadas procedentes de Asia, en ambos casos de mayoría de religión islámica, aparecen como objeto principal de confrontación. Un enemigo interno, con relaciones con el exterior, del que, de momento, se manifiesta que hay que alejar o expulsar. Un perfecto chivo expiatorio que reporta réditos electorales a los grupos de extrema derecha y que, en última instancia, aleja a la comprensión de la verdadera dimensión de los problemas existentes.
¿Y qué ocurre en los dos países ibéricos, esto es, España y Portugal? Sorprende la ausencia o escasa relevancia de grupos relevantes de ese naturaleza. Conozco poco el caso de Portugal, pero sugiero que la presencia de población no europea podría relacionarse con lo que fueron las antiguas colonias africanas. Un nexo que viene de lejos y que facilitaría la convivencia e incluso integración. Tampoco debemos olvidar la presencia en algunos países europeos de población portuguesa, lo que ayudaría a comprender mejor la realidad de las migraciones.
De España sorprende el escaso sentimiento de rechazo hacia la población inmigrante que no sea europeo-occidental. Variada en sus orígenes (latinoamericana, europeo-oriental, magrebí, subsahariana, china...), apenas se han dado episodios de rechazo extremo. Ha habido conatos hace años en algunas zonas de Andalucía y en Cataluña llegó a aflorar un partido xenófobo que se declaraba a la vez catalán y español.
¿Cómo puede explicarse, en todo caso, esta situación y la ausencia de hecho de un partido de extrema derecha? Se ha aludido muchas veces que el PP es el partido que cubre ese flanco. Como partido "atrapalotodo" ha sido capaz de aunar a un conjunto de tendencias que tiene como elementos comunes el conservadurismo en lo social y el neoliberalismo en lo económico. Me pregunto si en España, desde los poderes que hunden sus raíces en varios siglos, el enemigo interno que mejores réditos electorales está dando en los últimos años se encuentra en Cataluña. Y más concretamente, en los sectores políticos que defienden la soberanía de ese territorio y, en mayor medida, quienes, haciendo uso del derecho a decidir, defienden la independencia.
Estamos en un escenario donde lo catalán, visto deformadamente, se muestra como paradigma de egoísmo, orgullo, privilegio, insolidaridad... Unas gentes, dotadas de una cultura milenaria, a la que se les asigna ese estigma. A las que incluso se les niega que puedan expresarse como son, pero a las que se les obliga a ser parte de un marco más amplio. Eso explica expresiones como la de "españolizarlos", la idea de que imponen la lengua catalana a la fuerza... El anticatalanismo, como leiv motiv. Como no se les puede expulsar, acaban denigradas. Y si se considera que se pasan, se les lanza toda la fuerza que sea posible para aplacarlas.
Retos de cara al futuro.