sábado, 16 de enero de 2010

¡Ay, monseñor, monseñor!

José Ignacio Munilla es el nuevo obispo de San Sebastián desde hace unas semanas y ya desde su nombramiento parece que no ha entrado con buen pie. Es rechazado por buena parte del clero de su diócesis (una encuesta reciente lo ha cuantificado en un 77%) y de la feligresía, dada su relación con el señor Rouco Varela, su mentor, y por ende con esa tradición tan hispánica de unir la espada y el altar desde la unidad. Indisolubilidad de España, de la fe, del matrimonio... Debe recordarse que dentro de la violencia contra el clero durante la Cruzada, en el País Vasco la hubo por parte de los buenos, por ser "traidores a su patria, (...) traidores a su Dios" (fray Justo Pérez de Urbel dixit). No conozco una reacción de ese tipo y dimensión en España. Y si no ha entrado con buen pie, peor es lo que está diciendo, de manera que al paso que va puede que la arme gorda. Y es que el electorado del PNV, que es fundamentalmente católico y tiene en su seno a buena parte de quienes son practicantes (de comunión semanal, vamos), parece que no está dispuesto a tragar a una persona que parece entrar como un elefante en una cacharrería, o muy obispo que sea.

La última de este monseñor ha trascendido el ámbito vasco. Han sido sus declaraciones en la cadena SER, donde a la pregunta sobre lo ocurrido en Haití no se le ha ocurrido contestar otra cosa que hay consas peores, como "llorar por nosotros y por nuestra pobre situación espiritual". Mi respuesta sería "ooooolé", dentro de la pura estirpe hispana, si no fuera por la gravedad que tiene. Y no sirve acudir al recurso de la mala interpretación de las palabras. Está claro que para esta gente lo primero son Dios y la patria, y lo demás le importa un bledo.