"(...) mi hermano alquiló otra vivienda, una antigua casa de campo situada en las afueras de Pont de Suert, en un paraje privilegiado de la falda de los Pirineos, tan escondido entre pinares y próximo a un río bello como su misterioso nombre, Noguera Ribagorzana, que su jardín era como una isla verde en un océano del mismo color, el epicentro de un mundo fresco y apacible, fértil y hermoso como los países que florecen en las páginas de los cuentos infantiles. A mi cuñada le encantó aquella casa mientras creyó que sólo iba a ocuparla en verano, pero cuando llegó septiembre y Ricardo le anunció que su cargo le impedía vivir tan lejos de la capital, que había decidido que lo mejor era que ella se quedara en el campo, con los niños, y él viniera a verla los fines de semana, comprendió el verdadero sentido de tanta belleza, la condición de una jaula de oro en la que yo no sería la única prisionera.
(...)
Desde el otoño de 1942, Ricardo sólo dormía en aquella casa los fines de semana, y algún día suelto en el que sus viajes por la provincia terminaban en algún punto más cercano a Pont de Suert que en la capital. Cuando eso ocurría, siempre llamaba por teléfono para avisar, y yo me enteraba antes de que Adela viniera a contármelo, sólo con mirarla a la cara. Entonces, mientras sus ojos resplandecían, renunciaba de antemano a la pequeña aventura de otras noches en las que me quedaba leyendo en mi habitación hasta que lograba aburrirme del silencio de una casa dormida. Después, bajaba las escaleras de madrugada, entraba en la biblioteca sin hacer ruido, encendía la radio a oscuras, y movía la rueda muy despacio hasta encontrar una voz, aquí, Radio España Independiente, estación pirenaica, la única radio sin censura de Franco, que me calentaba el corazón y me devolvía a una felicidad muy próxima en el tiempo, tan remota sin embargo en mi memoria como si nunca la hubiera conocido. Aquella voz era ya lo único que tenía, lo único que me quedaba del destino que había escogido, el mundo al que había querido pertenecer, y no era mucho, pero mi vida, que había llegado a ser muy grande, se había vuelto tan pequeña de repente que esa sola voz bastaba para envolverla, para acunarla entre los brazos de una esperanza tibia y benéfica, para hacerme compañía en la implacable soledad de mis prisiones. Eran sólo palabras, pero yo no necesitaba tanto como escucharlas.
(...)
Empecé a contarles mi historia mientras caminaba entre ellos, llevando a Lauro de las riendas, hasta que llegamos a Bosost, un pueblo muy pequeño, muy hermoso, de calles empinadas y casas de piedra con tejados de pizarra, a orillas de un Garona joven e impetuoso como un cadete. Pero lo que me hizo enmudecer no fue su belleza. Lo que me dejó sin palabras, casi sin aliento, fue comprender que lo que me estaba pasando era verdad.
Eso es lo que me estremeció al llegar a Bosost, encontrarme exactamente con lo que esperaba, comprobar que lo que había oído por la radio, lo que aterrorizaba a mi hermano Ricardo, mi libertad, el presente y sobre todo el futuro, eran verdad, una verdad nueva y avasalladora, tan poderosa que los episodios de mi sufrimiento, aquel espantoso sucedáneo de la vida por el que me había arrastrado sólo para poder llegar hasta aquel lugar, hasta aquel momento, se volvían a cada paso más dudosos, mas pálidos y marchitos, tan incoloros como la incertidumbre.
(...)
-Salud -parecía mayor que yo y era más alto que bajo más robusto que flaco, más castaño que rubio y ni guapo ni feo, porque tenía la nariz rota pero, a cambio, le brillaban los ojos cuando sonreía-. Soy el capitán Galán. ¿Quién eres tú? -y me estaba sonriendo-. ¿Qué quieres?
-Yo... -avancé unos pasos hacia él para entrar en la zona que alumbraba la bombilla encendida sobre la puerta-. Yo me llamo Inés Ruiz Maldonado... -él vio las huellas del llanto sobre mis ojos e inclinó un poco la cabeza, como si ese detalle le hubiera conmovido-. Soy la hermana del delgado de Falange Española en Lérida... -y a mí me conmovió tanto su mirada que no puede seguir-. Perdóname, pero... no puedo hablar. Estoy muy emocionada.
Nunca sabré cuál de los dos dio el paso que salvó la distancia que nos separaba. Ni siquiera entonces supe quién abrió antes los brazos, pero nos abrazamos, yo le abracé, él me abrazó, y antes que la presión de sus manos y más intensamente, percibí su olor, su aroma de a madera, a tabaco, a clavo y a jabón, que tenía un fondo ácido y dulce al mismo tiempo, como la ralladura de un limón no demasiado maduro, y una punta que picaba en la nariz como el rastro de la pimienta recién molida. Nunca había conocido a un hombre que oliera tan bien, pensé, antes de recordar que se me había olvidado cómo olían los hombres".