domingo, 20 de abril de 2025

Geografía de la fragilidad, nuevo poemario de José Gilabert Ramos


Hace un par de meses recibí de Pepe Gilabert el poema "La luz del calendario", incluido en su poemario Geografía de la fragilidad (Granada, Támesis, 2024). Eso me llevó, casi de inmediato, a responderle con otro mío, "La luz que no olvida",  publicándolos en mi cuaderno dentro de la entrada "Dos poemas sobre  la luz".  Al poco, gracias a su generosidad, me llegó un ejemplar del libro, que me entregó el buen amigo común Paco Malia.  

No estamos ante un trabajo largo en extensión, pero sus poemas están llenos de intensidad, tratando de "buscar la luz que acompaña nuestras vidas". Tal como ha declarado en el periódico Ideal en clase, ha querido "que la fragilidad sea la gran metáfora que atraviese todos los poemas del libro". 

Dividido en cuatro partes, sus títulos también aparecen en sendos poemas homónimos: "La luz del calendario", "Lugar de residencia", "Otoño en las aceras" y "Geografía de la fragilidad".

Con ésta ya son cuatro las ocasiones que le he dedicado una entrada a este vejeriego, criado en Barbate, que es José Gilabert Ramos. En abril de  2022 lo hice con Nacen las claridades y siete meses después, en noviembre, con Lo que susurra el agua.

He aquí algunos de los poemas de Geografía de la fragilidad.



La mano del tiempo

¡Ay!, quién pudiera hacer que el sueño 
fuese la vida.
Juan Ramon Jiménez

El tiempo nos engaña con sus trucos 
haciéndonos creer que hemos vivido 
eso que ayer era tan solo sueño.

Fantasmales amigos de la infancia, 
personajes varados en los libros, 
lluvias que regresan como pájaros, 
hijos que huyeron lamentablemente.

El sueño es un camino en la memoria 
como una flor abierta sin perfume 
que se nos vuelve ortiga y alacranes 
cuando toca el tiempo en su mano.


Promesa

La luz se vuelve parda y resignada 
por detrás de los muros de la sierra.

Mírala, amor mío, acariciando 
la dura gravedad de los tejados.

El día fue suave y placentero, 
pero la tarde cae lentamente.

Te llevaré a París, amada mía, 
antes de que la noche nos sorprenda.


Granada

Esta ciudad me recibió una tarde 
de otro siglo, 
ya hace muchos años.

Yo llegaba, 
ingenuo e inocente, 
a la ciudad de las puertas cerradas 
y nadie se asomó 
detrás de los visillos 
a mirar la emoción 
que cargaban mis ojos.

Luego, más tarde, 
se confabularon todos 
para herirme la voz 
y ensuciarme de barro 
la mirada.

Pero yo, cada tarde, 
buscaba el mar 
por detrás de los bloques 
de las casas baratas 
y aprendía a perdonar 
la altivez de las torres, 
el desdén de sus ríos 
y la herida constante 
de su luz avanzando 
a la par de mis pasos.

Yo soñaba encontrar 
el olor a salitre 
y la arena caliente 
y sus calles me daban 
bofetadas de asfalto 
y semáforos rojos.

Eso fue en otro tiempo... 
ahora ya no me duele 
el oscuro desprecio 
de sus patios cerrados 
ni la lenta agonía 
de sus viejos palacios.

Ahora paso las tardes 
contemplando en sus ojos 
mi alegría perdida 
y aceptando la paz 
de su extraña belleza.


La guerra y el exilio

La vida es una guerra y un exilio.
Marco Aurelio

Marginal, fronterizo, 
como los matorrales 
que no alcanzan a ser árboles, 
sobrevivo la noche 
abrazado al hastío 
en los amaneceres 
que siempre llegan tarde.

Aunque sé que esta guerra 
está perdida, 
salgo a pelear mi batalla 
cada día, 
en el fragor del tráfico, 
tratando vanamente 
de tropezar conmigo 
cuando cruzo enajenado 
por los pasos de cebra.

Atempero mis pasos 
al compás de la música 
que me impone la vida,
sin renegar de nada, 
aceptando en silencio 
esta guerra 
y este exilio 
que no me pertenecen.


La fragilidad

Nadie logra tocar 
con sus propias manos 
la fría plenitud del universo.

La inconsciente solidez 
de nuestra carne 
es el pan nuestro de cada día, 
la única piel que puede 
cubrir la desnudez del alma.

Es vana pretensión 
la resistencia. 
Flaquear es un arte 
y la vulnerabilidad 
un instrumento.

Somos esta carne que se apaga, 
este desvalimiento del deseo.
Nuestra fragilidad nos hace humanos.