martes, 7 de noviembre de 2023

A vueltas con la muerte de Unamuno


A raíz de la publicación en Rebelión de mi artículo "Miguel de Unamuno: ¿muerte natural o crimen de estado?, de Carlos Sá Mayoral, un nuevo libro que abunda en la línea del asesinato", recibí días después un correo desde el propio diario electrónico en el que me pasaban un comentario realizado por un lector. Dice lo siguiente:

"Hola, buenos días:
Soy un lector de su último artículo sobre el libro 'Miguel de Unamuno: ¿muerte natural o crimen de estado?'. Solo quería hacer una reflexión como persona de izquierdas que soy… El libro de Jambrina que señala a Bartolomé Aragón como ejecutor del crimen sobre Unamuno, tiene el valor de poner de manifiesto que fue un asesinato, pero es desalentador en el sentido en que sitúa este casi como un crimen pasional, sin contenido político, en plena Guerra Civil, un individuo exaltado asesina a Unamuno. Obviamente tiene para mí más sentido que fuera consecuencia del aparato de represión que el franquismo establece en Salamanca. ¿Cómo en Salamanca, capital del estado golpista, se van a producir asesinatos sin el control de Franco?, estando su casa, además, protegida por el SIM. ¿Cómo no iba a ocultar el asesinato de Unamuno el estado franquista, tras el asesinato de Lorca? Estos elementos son clave para mantener la neutralidad de Francia y el Reino Unido que fue decisivo a la hora de establecer la derrota del bando republicano. Estamos ante una oportunidad histórica de poder juzgar, al menos públicamente, al franquismo por crímenes de Estado, algo que es uno de los grandes déficit de nuestra democracia, la impunidad de la Dictadura. Si asumimos que a Unamuno le asesinó uno que pasaba por ahí, por muy falangista que fuera, elemento este que al margen de su falta de credibilidad, por lo estrambótico que parece (como me cae mal lo mato), estaríamos, una vez más, blanqueando los crímenes de la Dictadura, lo que me parece muy grave, y más todavía que lo haga una publicación que se supone de izquierdas.
Un saludo".

Mi contestación, breve, fue la siguiente:

"Estoy de acuerdo con el comentario. Creo que lo que se desprende de mis dos artículos sobre los libros dedicados a la muerte de Unamuno  (de García-Jambrina/Menchón y de Sá Mayoral) van en el sentido de que fue una muerte intencionada. El segundo de los libros abre una vía clara hacia la responsabilidad de Franco y la utilización del SIM, pero se queda en las evidencias, no hay pruebas sobre quién pudo haber sido el autor material, ese 'tercer hombre'.
Un saludo".

Por distintas vías me han llegado otros comentarios acerca de la muerte de Unamuno. Algunos, desde la propia Salamanca. Y como común denominador, me han transmitido el desconocimiento bastante extendido que existe en la ciudad sobre el carácter violento que tuvo dicho fallecimiento. Parece como si reconocerlo tuvo resultara entre inverosímil y una especie de tabú. 

A eso hay que añadir otro aspecto: dar por cerrado lo que desde hace unos cuantos años se ha sabido y  estado publicando, no admitiendo indagar sobre ello. Me refiero, en primer lugar, a pareciera que sólo se quisiera admitir que Unamuno rompió con los militares sublevados; que por ello fue castigado a permanecer en su domicilio; que mantuvo una postura equidistante entre los dos bandos; que, pese a ello, su entierro fue apropiado por los falangistas como si fuera uno de los suyos; que el régimen hizo lo posible durante años para ocultar lo ocurrido... Y me refiero también a que se destacado sobremanera su actitud vital, la de un inconformista que no se casó con nadie y que fue incapaz de callarse la boca, todo ello teniendo en cuenta su envergadura intelectual. 

Hace pocos días leí una entrevista a Raimundo Cuesta Fernández, autor de Unamuno, Azaña y Ortega. Tres luciérnagas en el ruedo ibérico (2022), realizada por Salvador López Arnal y que han publicado varios medios, entre los que se encuentra Rebelión. Su contenido abunda en lo antes aludido y su título, que recoge unas palabras del propio entrevistado, resultan reveladoras: "Unamuno jamás fue hombre de una sola pieza y de una misma opinión".

Pero, en fin, volvamos al asunto de la muerte. En mi artículo de mayo de 2021 "Unamuno y su muerte en el centro del debate", en el que me centré en el libro de José Luis García-Jambrina y Manuel Menchón La doble muerte de Unamuno, me detuve en la crítica que Severiano Delgado Cruz hizo sobre la película dirigida por el segundo, Palabras para un fin del mundo. Ya el título anunciaba por dónde iba la cosa: "Ramón Mercader en Salamanca". Y su conclusión, rotunda, lo dejaba claro de la siguiente manera:

"No hay nada, en suma, en este documental tramposo, que erosione la versión de la muerte de Unamuno consolidada en los libros de historia, que no es la ‘versión oficial impuesta por el régimen franquista’, sino simplemente el relato de los hechos objetivos".  

Delgado Cruz se negó a reconocer que la presencia única de Bartolomé Aragón Gómez en el momento de la muerte de Unamuno tuviera, al menos, un margen de sospecha. E hizo lo mismo sobre el papel jugado por el médico Adolfo Núñez Domínguez, a quien no dudó en exculparlo por su condición de republicano y represaliado. El informe emitido, basado en que fue una muerte natural, no se correspondió, sin embargo, con lo que hubiera sido preceptivo. Fue como lo expresó el conocido forense Francisco Etxeberria Gabilondo en su valoración sobre el caso y que fue publicada en el libro de García-Jambrina y Menchón:

"si se produce una muerte súbita o inesperada, como lo fue el caso de Miguel de Unamuno, lo lógico es no certificar la defunción y avisar al Juzgado de Guardia,  lo que hubiera supuesto la intervención del médico forense con la consiguiente práctica de una autopsia reglada". 

Lo aportado por dichos autores en su libro deja, cuando menos, un margen de duda sobre la muerte de Unamuno, algo que ha provocado furibundos ataques no sólo desde la derechona político-mediático, sino también desde algunos historiadores que podemos incluir en el campo progresista. En esa línea se ha manifestado el mismo Cuesta Fernández en la entrevista antes aludida:

"Sometido [Unamuno] a vigilancia policial, murió en su domicilio salmantino. Su fallecimiento fue debido a causas naturales, aunque ahora algunos se empeñen en propalar la 'posibilidad' de envenenamiento a manos de un falangista".

Las aportaciones que ha hecho Sá Mayoral suponen un paso más sobre la línea de investigación abierta por García-Jambrina y Menchón. Y en esta ocasión, yendo más allá, añadiendo la posibilidad de que se hubiera tratado de un crimen de estado. Como ya indiqué en mi artículo "Miguel de Unamuno: ¿muerte natural o crimen de estado?, de Carlos Sá Mayoral...", no he entrado a valorar algunas de sus conjeturas y/o discrepancias con García-Jambrina y Menchón, pero me quedo con dos hechos: el primero, que hubo intervención de los servicios de inteligencia y, por ende, de Francisco Franco; y el segundo, que del secreto familiar guardado por Aurelia, la empleada doméstica de la familia Unamuno, desvelado por uno de sus hijos, se desprende la existencia de un "tercer hombre" en el escenario de la muerte de Unamuno.   

La persona que me envió el comentario subrayó que 

"Estamos ante una oportunidad histórica de poder juzgar, al menos públicamente, al franquismo por crímenes de Estado, algo que es uno de los grandes déficit de nuestra democracia, la impunidad de la Dictadura". 

Y, dándole la razón en el sentido general, en mi respuesta maticé un aspecto: por el momento Sá Mayoral "se queda en evidencias, no hay pruebas sobre quién pudo haber sido el autor material".  Lo demás, es decir, negar las evidencias de que no estamos ante el caso de una muerte natural, no procede.