Los partidos de la derecha en Italia han ganado las elecciones tras haber sumado el 43% de los votos, que se han repartido de la siguiente manera: el ultraderechista Hermanos de Italia (FdI), 26%; la xenófoba Liga Norte, el 8'8%; y Forza Italia (FI), liderada por Silvio Berlusconi, el 8'1%. Por escaños, sin embargo han conseguido una mayoría más que holgada en las dos cámaras legislativas, dado que (aun con una asignación provisional) habrían obtenido una horquilla entre 227 y 257, bastante por encima de los 201 escaños necesarios.
Este triunfo tan dispar en escaños en relación a los votos es consecuencia del sistema electoral aprobado hace seis años. Algo más de un tercio (37%) sale de cada uno de los distritos electorales mediante una votación mayoritaria uninominal, de manera que el grupo más votado se lo lleva; mientras que el resto de los escaños, hasta casi dos tercios (63%), son aportados proporcionalmente y donde caben las coaliciones electorales.
Es así como se explica que la coalición conservadora se haya hecho claramente con la mayoría absoluta, frente al 26'1% que ha sumado los grupos de centro-izquierda, que se traduce en una horquilla entre 78 y 98 escaños. ¿Y quiénes son estos últimos grupos? Una coalición liderada por el Partido Democrático, que ha obtenido el 19,1%, y secundada por Alternativa Verde e Izquierda, Más Europa o Compromiso Cívico.
Otros grupos se han presentado al margen de las dos coaliciones anteriores, destacando el Movimiento 5 Estrellas (M5S), que con el 15'4% ha quedado en tercer lugar; y el Tercer Polo, de carácter democristiano, que se ha quedado en el 7'8%. Los grupos propiamente de izquierda, en fin, han desaparecido.
Una mirada hacia atrás en el tiempo
En 1994 fue el momento en que quedó disuelta de hecho lo que se denominó como Primera República Italiana. Atrás quedaron los partidos que la habían dado vida desde 1946: de un lado, la Democracia Cristina (DC), hegemónica desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, y el Partido Socialista, en ambos casos víctimas de la corrupción en la que habían vivido mientras gobernaron; y de otro, el Partido Comunista de Italia, trasmutado en 1991 en Partido Democrático de la Izquierda (PDS), que cerró cuatro décadas de haber sido el eterno contrincante de la DC y el partido comunista más votado de Europa Occidental.
La victoria en 1994 del bloque de partidos de derecha, bajo la denominación Polo de las Libertades, alcanzó el 43% de los votos, que se repartieron así: Forza Italia obtuvo el 21%; Alianza Nacional, sucesor del fascista Movimiento Social Italiano y antecesor de Hermanos de Italia, el 13'5%; y Liga Norte, antecesor de la actual Liga, el 8,5%. A ellos habría que añadir el Partido Popular Italiano, heredero de la DC, con su 11'1%, de manera que la suma de todo el bloque conservador se elevó al 53%. Silvio Berlusconi se hizo con la jefatura del gobierno, del que formaron parte los tres grupos coaligados, e inauguró un periodo de alternancia con el bloque de centro-izquierda de casi dos décadas. El propio Berlusconi y su partido perdieron fuelle desde 2011 como consecuencia de los escándalos en que se vieron envueltos (corrupción política, corrupción de menores...), lo que no fue óbice para que ese espacio se haya ido ocupando en buena medida primero por la Liga, liderada por Matteo Salvini, y ahora por FdI, un partido fundado en 2012 y que está liderado por Giorgia Meloni.
El campo del centro-izquierdo ha vivido sucesivos cambios, pero no sin contratiempos. En 1996 nació el Olivo, una coalición formada por el PDS, los sectores más progresistas de lo que fue a DC y los restos del PSI. En 2007 esos grupos dieron un paso más, dando lugar al Partido Democrático, pero dejando restos por un flanco y otro de sus antecesores.
La izquierda, a su vez, fue conociendo un viacrucis que ha acabado con su práctica desaparición actual. En un primer momento, los sectores del PCI contrarios a su autodisolución y los restos de otros grupos comunistas se agruparon en torno al Partido de la Refundación Comunista, que obtuvo hasta 2006 resultados modestos y aceptables en las distintas contiendas electorales, entre el 5% y el 8'5% de los votos.
La principal novedad de la última década ha estado en la aparición del M5S, que en 2018 consiguió ser el partido más votado con el 32'7%. Nacido en 2009 y presentado como una alternativa frente a la vieja política, su victoria, sorprendentemente, lo llevó a formar gobierno con la Liga de Matteo Salvini, quien como ministro del Interior protagonizó episodios de xenofobia contra las personas inmigrantes que llegaban a las costas italianas en pateras procedentes de África.
La inestabilidad política crónica
Una de las características del sistema político italiano desde 1945 ha sido la inestabilidad política, pero vista desde los muy frecuentes cambios de gobierno. En los 77 años que han pasado desde que acabara la Segunda Guerra Mundial, ha habido casi 70 gobiernos, incluso cuando la DC controlaba la vida política del país. En parte ha derivado del sistema electoral proporcional puro habido hasta 2018 y la gran fragmentación de partidos consiguiente. Pero no sólo ha sido. Durante el periodo de omnipresencia de la DC, por ejemplo, existía en su seno varias corrientes, que además estaban en pugna permanente. No han faltado otros factores, como los contrastes entre el norte y el sur y su expresión política.
Todo ello ha dado lugar a una forma de hacer política en la que se han conjugado el pragmatismo para llegar a acuerdos, la fragilidad de romperlos ante cualquier desavenencia y la aceptación por parte del electorado de verlo con normalidad. En los últimos años se ha añadido como un elemento nuevo la presencia al frente del gobierno de políticos no confrontados en las elecciones y con un perfil de tecnócratas. Ocurrió con Mario Monti, entre 1911 y 1913, y más recientemente con Mario Draghi, entre 2021 y 2022.
¿Qué ha ocurrido el domingo?
La victoria de la coalición conservadora hay que entenderla desde varios ángulos. Una está en su carácter altamente conservador, cuando no reaccionario, que es lo que representan, sobre todo, tanto Meloni y su FsI como Salvini y su Liga. La xenofobia, el antifeminismo, la homofobia, etc. son algunas de esas señas y sin que falte incluso el antieuropeísmo (anti-UE).
Desde otro ángulo hay que contemplar el carácter de sus programas económicos, donde el neoliberalismo es el elemento que los define. Esto no tiene por qué suponer una confrontación con la UE, salvo el hacer valer la soberanía del gobierno nacional cuando las circunstancias los requieran: por ejemplo, en materia fiscal o de derechos sociales. Polonia y Hungría lo están demostrando, sin que por ello su pertenencia a la UE se vea en peligro, más allá de unas tímidas y simbólicas sanciones o llamadas de atención.
Y, por último, está la política exterior, en la que destacan, de un lado, el atlantismo, y de otro, la relación con Rusia. De entrada, tanto FdI como FI se inscriben dentro de lo primero, mientras que la Liga sí ha mostrado su apoyo a Putin en la guerra de Ucrania.
Las razones que pueden explicar los resultados son diversas. Una, el deseo por una parte del electorado de no sentirse bajo el estrecho amparo de la UE, teniendo en cuenta que los problemas económicos están presentes. Otra, el desapego hacia la política de una parte de la población, en mayor medida jóvenes, que puede haber perjudicado más a los grupos de izquierda, dado que la política económica implementada desde los gobiernos de centro-izquierda o del M5S no ha dejado de estar dentro de los cánones neoliberales.
Y no se puede dejar de tener en cuenta que en Italia siempre ha habido un amplio sector de la población muy escorado a la derecha. El MSI, heredero del fascismo mussoliniano, mantuvo hasta 1992 niveles de apoyo en torno al 5% y desde 1994, trasmutado en AN, inició un ascenso que ha culminado, ya como FsI, en el 26% obtenido el domingo. La DC, por su parte, siempre mantuvo en su seno a sectores muy conservadores, ligados a los poderes ocultos de los aparatos del estado (red Gladio, Logia P2...) y a EEUU (CIA), vigilantes de cualquier atisbo que permitiera el acceso del PCI al gobierno. Y sin olvidar a los grupos fascistas armados (Orden Nuevo, Vanguardia Nacional...), que camparon a sus anchas desde finales de los 60 y a lo largo de los 70 y actuaron como punta de lanza de la conocida como estrategia de la tensión, llevando a cabo atentados mortales y hasta matanzas indiscriminadas de triste recuerdo (Milán, Bolonia o Brescia).
Y, por último, también está la oleada de grupos reaccionarios presentes y en crecimiento en distintos continentes: en Europa, tanto en el gobierno (Polonia, Hungría) como fuera de él (Francia, Finlandia, Suecia, Países Bajos, España...); en EEUU, con Donald Trump; o en América Latina, como ocurre en Brasil, Chile, El Salvador...
Lo que haya de venir en los próximos meses, lo iremos viendo. O sufriendo. Italia ha sido tradicionalmente un laboratorio político. Esperemos que no lo sea de algo que llegó hace un siglo y que marcó dramáticamente durante algo más de dos décadas su historia.