lunes, 10 de junio de 2019

El cursus honorum de un vecino del barrio
























Su cara ya está envejecida, pero me ha llamado la atención no tanto el peinado que lleva, como ese
 saliente curvo en la parte posterior de la cabeza tras haberse echado el pelo hacia atrás. Muy propio de banqueros, empresarios, señoritos, pijos y tales, que no tienen nada que ver con sus humildes orígenes sociales. Normal, puede decirse, como vividor que sigue siendo de eso que suele llamarse clase política, casta... No es que lo suyo de ahora haya sido resultado de una puerta giratoria, pues no se ha ido a una empresa privada. Ni tampoco ha sido el  retiro del guerrero, pues no se ha jubilado aún. Pero sigue incrustado en las instituciones y de qué manera. Finiquitados no hace muchos sus servicios al partido, en vez de volver a su puesto de trabajo primigenio -donde, por cierto, estuvo poco-, optó por una vida más relajada en un organismo autonómico dedicado al control de las cuentas públicas. Pues bien, hablo, 
durante su juventud, de un antiguo militante -y dirigente- universitario del PCE eurocomunista y también partícipe de la primera asociación vecinal del barrio; luego autoexcluido como renovador, cuando Carrillo le pareció excesivo; y finalmente desembocado en ese partido ganador que prometía modernidad a la sociedad y una carrera profesional con futuro a quienes se afiliaban a él. ¡Y vaya si lo consiguió! Más de tres décadas entregado a su causa, gratificada en su cursus honorum con los 73.000 euros anuales y coche -y me imagino que más dietas- que se embolsa cada año. Entre volver a dar clases y la tentación de ese premio, no lo dudó. Así es la vida.