Hace unos días califiqué de ridículo lo hecho por Pedro Sánchez, cuando decidió romper la mesa de diálogo con relator. Ahora me pregunto si fue algo buscado o encontrado. Me explico. ¿Buscó que se diera la situación en la que nos encontramos a partir de su propuesta? ¿O encontró la salida tras la reacción de la derecha española y de los sectores de su partido opuestos? El caso es que la convocatoria de elecciones para el 28 de abril favorece de entrada a Sánchez. Se está presentando como quien quiso hacer, pero no le dejaron. Se presenta ante la población buscando en las urnas apoyos para que, solo o en compañía, pueda disponer de escaños suficientes para gobernar con tiempo y holgura.
Y para eso necesita tres cosas. Primero, rebañar votos por el centro, lo que podría conseguir favorecido del desplazamiento de Ciudadanos hacia la derecha. También, movilizar a quienes han pensado o piensan en clave de abstención o voto no partidario, sobre todo después de lo ocurrido en Andalucía. Y por último, conseguir votos por su izquierda, favorecido por la crisis de Podemos, fragmentado y desorientado, y recuperando lo del voto útil que parecía perdido. Una especie de campeón del progresismo, como ya lo fuera José Luis Rodríguez Zapatero. Lo que pueda ocurrir en Cataluña es otra cosa. En un principio ERC y PDeCat buscan dirimir quién será el más votado, para marcar el rumbo político de los próximos años. Si sus votos fueran necesarios para una investidura de Pedro Sánchez, se verá, pero, como ya ocurrió en junio pasado, no habría problemas para que sus escaños la permitiesen.
¿Quién ganará finalmente la partida de ajedrez? Puede que lo sepamos el 28 de abril. Pero tampoco es seguro. El juicio en el Tribunal Supremo sigue su marcha. Y también, la vida de la gente.