domingo, 17 de febrero de 2019

Molière, a través de Una provinciana en París


Ayer estuve en Zahara de los Atunes viendo Una provinciana en París, de Moliére. Un acto organizado por el Ayuntamiento de la entidad local menor, que tuvo lugar en el colegio Cervantes, y con la compañía Teatro Estudio 21 como protagonista. Un grupo ligado a EmE-Teatro Centro de Formación Teatral Cádiz, que tiene en su  dirección a Germán Corona.

Se trata de una obra breve (de poco más de media de duración). Una especie de sainete. "Escrita a modo de divertimento", se dice al principio del folleto que nos entregaron. Una obra menor, si la comparamos con las obras mayores del autor y que tanta fama le dieron (El TartufoEl avaroEl burgués gentilhombre, El enfermo imaginario...). Pero no por ello dejamos de estar ante el auténtico Molière. El mismo que lanzaba diatribas a diestro y siniestro contra la hipocresía o los convencionalismos sociales. Que se mofaba de la nobleza y de la burguesía. Que compaginaba su sentido crítico con la comicidad. Exagerada, estridente, gesticulante... e ingeniosa. Lo que le costó caro a veces, porque, dentro de su fama, no le faltó el castigo. Eran los tiempos del naciente absolutismo en Francia, con Luis XIV en el centro del poder, paraíso del formalismo en todas las facetas de lo humano. 

En Una provinciana en París está todo eso. Pero sintetizado. Molière se ríe de la provinciana llamada Croquette que quiere hacer carrera en el París del reciente Versalles para encontrar un buen partido. Lo hace también de un noble despechado, el marqués de La Grange, que busca vengarse por ello a través de dos de sus criados. De éstos, que, en su afán por cumplir con el papel encomendado, llegaron para su señor demasiado lejos. Y de la madre, muy preocupada como casamentera por que su hija aprovechara la oportunidad perdida. Sólo la criada se salva, pese a su nombre de Pánfila, mientras observa sumisa y sonriente el ir y venir de las situaciones que se suceden en la casa. Y acaso, el criado Mascarilla, elevado efímeramente a la condición de marqués, quien, ya desnudo y vuelto a su condición de vasallo, lanza su mensaje final relativo a que se ve antes el engaño que la virtud.    

No lo hicieron mal, primero, actores y actrices en formación. Buen trabajo el de Álvaro Villalba, en su papel de Mascarilla, con interesantes cambios en la modulación de voz y los gestos. Y aceptable la dirección de Germán Corona y, dentro de la sobriedad, la puesta en escena, con agilidad en los movimientos de los personajes, y el vestuario de Emma Rubio. No debemos olvidar la naturaleza de la compañía, dedicada a la formación de actores y actrices. Una escuela, pero también un medio de difusión de obras de teatro. Lo que no es poco.