domingo, 12 de agosto de 2018

La bondad y el cariño, en persona























¡Qué iba a saber la pobrecita de las leyes de la perspectiva! Demasiado fue que, abuela ya, se decidiera a participar en la creación de un paisaje para que sus niñas y niños lo pudieran contemplar: la típica casa en medio del campo, donde no debían faltar las flores. Quizás buscando un lugar idílico donde alejarse de todas las aventuras y desventuras que tuvo que pasar en la vida. ¡Y cómo no acordarnos de sus asados de carne con el toque de ajo machado, limón y el chorreoncito de coñac, el mismo que aplicaba también a los filetes de ternera! ¡Y de esas patatas rebozadas que eran tan maravillosas! ¡Y de las patatas con vinagre -pero sin vinagre y con limón para que no hicieran daño al estómago- que preparaba a primera hora de la mañana en verano, antes de que entrara el calor! ¡Y de su sopa Felisa-Navidad, que entonaba los corazones, como le gustaba decir de todas las sopas! ¡Y de sus pastas de nata y rocas de anís y pedos de lobos...! Tal día como hoy nos deleitaba con cualquiera de esos guisos que preparaba para las ocasiones. En su día no debían faltar de postre los pastelitos de confitería, en especial los jesuitas -rebautizados familiarmente como titorros- y los rusos, y algún año que otro los helados de ponche. Y tal día como hoy, ¡cómo no acordarnos de una mujer que era la bondad y el cariño en persona, lo que ha constituido su más preciada herencia!