miércoles, 15 de agosto de 2018

Murió Samir Amin

Ahora que estoy releyendo la novela de José Saramago Las intermitencias 
de la muerte, me encuentro con la noticia del deceso de Samir Amin. A finales del año pasado le dediqué una entrada ("La mirada de Samir Amin sobre la revolución de octubre"), tras la lectura de la que quizás fuese su última obra: La revolución de octubre cien años después (El Viejo Topo, 2017). Me encuentro ahora alejado de mi casa, con algunas limitaciones para poder documentarme y poder dedicar al pensador marxista una entrada digna de su altura.

Nacido en Egipto y formado académicamente como economista en su país de origen y en Francia, fue profesor en Francia y diversos países del mundo dentro de las disciplinas de Economía y Ciencia Política. También estuvo vinculado a algunos países africanos, como Mali o Senegal, a cuyos gobiernos o instituciones asesoró. Comunista desde joven, con el tiempo fue evolucionando hacia la crítica al modelo preponderante en la URSS, acercándose a lo que desde los años sesenta se denominó como maoísmo.

Fue un estudioso de la realidad del subdesarrollo y la forma como afectaba a los países que habían sufrido el colonialismo o estaban sufriendo el dominio de los países capitalistas. Hablaba por ello de las relaciones asimétricas conformadas por el capitalismo monopolista entre el centro (los países avanzados) y la periferia (los países retrasados) del mundo, dentro de un proceso de de diferenciación creciente. Anticipó en sus análisis lo que con el tiempo se convirtió en la realidad de nuestros días: el creciente protagonismo de las empresas multinacionales y el apogeo de una economía globalizada donde el centro dispone del monopolio de las tecnología, las finanzas, los recursos naturales, los medios de comunicación y las armas de destrucción masiva. Desmontó, así mismo, el mito de la posibilidad de convergencia entre países, dado que existe una movilidad de capitales y mercancías, pero no así de mano de obra, que queda localizada en los países de la periferia, donde el mayor grado de explotación es mayor y mayores son los beneficios del capital.
 
Estuvo por ello entre quienes defendían el enorme potencial revolucionario que tenían los pueblos oprimidos. A finales de los ochenta llegó a proponer la desconexión entre los países en vías de desarrollo en relación al sistema económico internacional del capitalismo, dada la imposibilidad de salir del bucle del subdesarrollo.

Sin haber perdido nunca su norte en la utopía comunista, no hace mucho hizo una propuesta en su libro Por la Quinta Internacional (El Viejo Topo, 2005) que tenía como fin dar coherencia a las luchas sociales y políticas de los últimos tiempos, conservando todo lo que tiene de valiosa esa larga tradición liberadora y desprendiéndose de los errores cometidos.