Activistas, los dos; lingüista, el primero e historiador, el segundo; y, ante todo, defensores de una causa que parece perdida, pero de la que no desisten. Junto con Frank Barat, que hace de editor y moderador en los diálogos, han sacado adelante Conversaciones sobre Palestina (Tafalla, Txalaparta, 2016), un libro más de tantos que buscan desentrañar el enredo que ha ido creando el sionismo para ocultar su vocación racista y expansionista a costa fundamentalmente de un pueblo, el palestino. Las conversaciones tuvieron lugar en 2104 y fue una idea inicial de Barat y Pappé, a la que Chomsky se sumó sin reparos. Los tres, judíos de origen; los dos primeros, nacidos en Israel y el tercero, estadounidense.
A lo largo de más de 200 páginas se va tejiendo una red de opiniones, emitidas no sólo desde el convencimiento, sino también desde muchos años de vivencias, experiencias e investigaciones. El libro tiene dos partes: "Los diálogos", con ese mano a mano entre Chomsky y Pappé, y "Las reflexiones", donde se reproducen artículos ya publicados en distintos medios. Con sus sabidurías son muy minuciosos a la hora de tratar el tema, que en realidad no deja de ser un gran problema.
Sacan a la luz la naturaleza racista del sionismo; el proceso de ocupación habido hasta 1947 a costa de los territorios palestinos; la posterior progresiva expansión territorial del estado de Israel a costa de más territorios palestinos; la colonización de dichos territorios; las guerras habidas y que han conllevado la ocupación de territorios de otros países (Egipto, Siria, Líbano); la expulsión de población palestina después de 1947, de 1967...; la población palestina desplazada hacia Cisjordania y Gaza, y hacia otros países; la situación de la población palestina que vive en Israel, pero que está discriminada; o la desarabización de la población judía que ha vivido ancestralmente en Palestina; la permanente creación de colonias judías...
No dudan en denunciar la contradicción que existe entre un estado confesional, represor, racista y expansionista, como es el de Israel, y su caracterización como democrático. Tampoco en hacerlo con la protección que recibe por parte de EEUU y la colaboración de los países europeos. Por supuesto, no se olvidan de los constantes pronunciamientos de la ONU contra la violación permanente de los derechos humanos por parte de Israel y la callada por respuesta de éste. Y tampoco lo hacen de la división existente entre los líderes del pueblo palestino, incluida la colaboración de quienes desde 1993 aceptaron la formación de la Autoridad Palestina en Cisjordania.
Abogan por un estado único, integrador, laico y democrático; y critican que la defensa de dos estados lo que único que haría sería mantener la situación actual. Y es aquí donde se adentran en un asunto difícil de tratar e incluso de entender, que les lleva a referirse, por analogía, al caso de Sudáfrica. Y aunque Chomsky y Pappé coinciden en muchas cosas y quizás en lo fundamental, el primero marca diferencias importantes: en Sudáfrica la minoría blanca utilizaba a la mayoría negra como mano de obra, independientemente de su política de apartheid; pero lo que quiere Israel en realidad es la expulsión de la población palestina, cuando no su desaparición. Eso explica la numerosa población exiliada, el avance de las colonias judías en Cisjordania o la reclusión en Gaza de tantas personas. No dudan en calificar a este último territorio como una macrocárcel, la mayor del mundo, donde viven hacinadas cientos de miles de personas, sometidas a condiciones de vida infrahumanas y condenadas a permanente ataques por las fuerzas militares israelíes, con la consiguiente destrucción de viviendas, infraestructuras básicas... Por todas estas cosas no dudan en calificar de genocidio lo que se está cometiendo contra el pueblo palestino.
El libro es tan denso y minucioso en matices, que resulta difícil sintetizarlo en pocas palabras. No es propiamente un libro de Historia, pero informa mucho sobre la misma, porque es necesario recurrir a ella para comprender el presente. Leerlo resulta interesante y por ello lo recomiendo. Por supuesto, manteniendo la conciencia de que la causa palestina es una causa humana. Y es de justicia defenderla.