sábado, 23 de octubre de 2010

Más de lo mismo, pero pensando en las próximas elecciones

El nuevo gobierno ha sido una sorpresa. Zapatero ha estado un jugando un farol sobre lo que parecía que iba a ser una simple sustitución en el ministerio de Trabajo. Lo que ha hecho finalmente ha sido una remodelación, que supone un cambio en la correlación de algunas de sus fuerzas internas, pero no un cambio de rumbo, que sigue siendo el mismo. Me intentaré explicar.

Zapatero pertenece a la tendencia del socialismo liberal o tercera vía, que tuvo su eclosión a finales del siglo XX en torno a figuras como Blair o Schröder, pero gestada y desarrollada en los 80 en Francia (el "segundo" Mitterrand, Fabius, Rocard...) o España (González, Solchaga, Solbes...). Una tendencia que buscaba, y lo logró, acomodarse al modelo neoliberal iniciado a finales de los setenta en el Reino Unido y EEUU. El mismo modelo que lo primero que hizo fue rebajar la progresividad fiscal, privatizar servicios y empresas públicas, reducir el gasto público social o llevar al mercado laboral a unas cotas de flexibilidad y precariedad desconocidas desde décadas. El mismo modelo que se ha dedicado a financiarizar la economía, basada en un flujo internacional de capitales sin precedentes, donde los paraísos fiscales se han convertido en verdaderas fábricas de secretismo y especulación, que ha llegado a unos niveles sin precedentes.

Durante las primarias de 2001 que le auparon a la secretaría del general del PSOE, Zapatero aireó su pertenencia a esa tercera vía. De hecho su candidatura tuvo un nombre parecido: Nueva Vía. Sus principales asesores económicos adaptaron el discurso neoliberal con aderezos de una mayor sensibilidad social, de manera que, siguiendo a Jordi Sevilla, lo que diferenciaba al "nuevo socialismo" (así lo llamó en un libro homónimo) del conservadurismo político no era ya el objetivo de la redistribución económica desde la progresividad fiscal, sino el extremar la igualdad de oportunidades para que los individuos actuaran con arreglo a sus capacidades. Una especie de cuadratura del círculo, vamos.

El primer gobierno de Zapatero se vio obligado a mantener cierto equilibrio entre el socialismo liberal y las esperanzas que parte del electorado de izquierdas había depositado en él en el último momento de las elecciones de 2004, cuando los atentados del 11 de marzo y la manipulación urdida por el gobierno del PP hicieron saltar todas las alarmas sobre un nuevo gobierno conservador. Así se comprende lo de la retirada de las tropas de Iraq, la equiparación en los derechos civiles de las personas homosexuales, la ley de dependencia o un aumento del gasto público social sobre. Unas medidas que contaron con el apoyo de los grupos de la izquierda en el Congreso o habían sido impulsadas por alguno de los grupos, como hizo IU-IC con la ley de dependencia. En el caso de la regularización de inmigrantes, impulsada por el ministro Jesús Caldera, se unieron la ocasión y la necesidad de aumentar los fondos de la Seguridad Social con el apoyo dado por la izquierda política y social en un asunto de clara vulneración de los derechos humanos.

La política económica, sin embargo, se mantuvo en la misma dirección de gobiernos anteriores, esto es, de menor progresividad fiscal, control del gasto público de carácter social, apoyo al crecimiento basado en la burbuja inmobiliaria, fuerte dependencia del modelo de especulación financiera... En política exterior, fuera de la retirada de las tropas de Iraq o del gesto del propio Zapatero ante las tropas estadounidenses en el día de las fuerzas armadas, todo siguió igual, incluyendo el reforzamiento de la presencia militar en Afganistán o el envío de nuevas tropas a Haití y Líbano. En la política sobre el País Vasco, después de la polvareda montada sobre el diálogo con ETA, al final todo volvió al cauce anterior de centrar el problema en la vía represiva. Y en las reformas de los estatutos de autonomía, sin llegar a la postura extrema del neocentralismo del PP, jugó fuerte para recortar el contenido de los estatutos aprobados en los parlamentos de Cataluña y Andalucía, o impedir que siguiera adelante el aprobado en el País Vasco.

La actual legislatura ha supuesto que las cosas se pusieran con más claridad dentro del modelo neoliberal. La crisis ha llevado a la toma de medidas de ajuste económico muy duras, rebajando los salarios del funcionariado, abaratando aún más los despidos, endureciendo las condiciones del cobro de pensiones... Y la nueva remodelación del gobierno no va a suponer un cambio sustancial en la orientación de la política a llevar a cabo. Elena Salgado sigue al frente del ministerio Economía y con ella la garantía de una continuidad de las contrarreformas sociales. Rubalcaba, por su parte, la imagen de la herencia de la época felipista, ha ascendido en influencia desde el control de la política interior y la comunicación, lo que se ha visto reforzado además con la entrada en el gobierno de Ramón Jáuregui, otro veterano de la política. No resulta baladí que Felipe González, bastante crítico con Zapatero hasta hace poco, haya salido en su defensa cuando ha empezado a tomar las medidas de ajuste más duras, temeroso de que el PP, desde su oportunismo, pueda llevarse el gato al agua.

Los otros cambios podrían interpretarse como de imagen, que lo son, pero no sólo. La salida de las dos responsables de ministerios monotemáticos (Vivienda e Igualdad) sólo le puede beneficiar a Zapatero, entre otras cosas porque evita el desgaste al que el PP las sometió. Leire Pajín aúna la fidelidad en la andadura común desde 2000, el fortalecimiento del grupo más afín a Zapatero, nucleado en torno a José Blanco, su imagen de juventud y su condición de mujer. La entrada de Valeriano Gómez en Trabajo no deja de ser una forma de neutralizar o dividir a la UGT. La llegada de Rosa Aguilar, un claro gesto de horadar en el electorado de IU. ¿Y Trinidad Jiménez, recientemente derrotada en unas primarias internas? Al margen de la fidelidad mutua con Zapatero, no debemos olvidar una de las claves del personaje: su pertenencia a la comisión Trilateral, uno de los corazones ideológicos del orden mundial dominante. Su nombramiento como secretaria de estado para asuntos iberoamericanos entre 2004 y 2008 no fue ajeno a ese hecho y el papel que jugó no fue tan irrelevante. Y es que en esos países el capitalismo español se juega mucho. Hasta en su paso por el ministerio de Sanidad, donde ha obtenido cierto rédito, no debe subestimarse, por ejemplo, la forma como gestionó la gripe A, donde las multinacionales de la farmacia hicieron su agosto.

El otro día se pudo oír la conversación captada en los pasillos del Senado por dirigentes del PP, en la que María Dolores de Cospedal se refirió a que en principio había una mejoría en la composición del gobierno y Javier Arenas a que tenía una mejor proyección pública. Desmentidos aparte, lo que refleja sus palabras es preocupación. El PP se va a ver obligado a buscar nuevos puntos débiles y más cuando los dos ministerios clave, Economía e Interior, tienen al frente a dos vicepresidentes que tienen claro lo que tienen que seguir haciendo, que, por otra parte, no difiere mucho de lo que el PP haría si estuviera en el gobierno: medidas de fuerte ajuste económico y control de la seguridad y organización del estado. El recurso fácil de meterse con las ministras de perfil político, donde el PP ofrece su cara misógina más perversa, lo ha evitado Zapatero retirando a Bibiana Aido y Beatriz Corredor. Los intentos contra Leire Pajín, si lo hacen como ahora, pueden ser inútiles, aunque sean tan del agrado de buena parte del electorado de la derecha.

Zapatero ha conseguido más oxígeno, que espera que le sirva para completar la legislatura. Los apoyos a los presupuestos generales del estado por parte de la derecha nacionalista (PNV y CC) y la remodelación del gobierno han sido los dos últimos movimientos. Lo malo es que sigue siendo más de lo mismo y que, desde esa perspectiva, lo más que puede ocurrir es que permita al PSOE poder ganar las próximas elecciones. Y ése es el problema cuando se trata de cambiar el rumbo político, donde sin presión social, poco se puede hacer para evitar que, entre otras cosas, la crisis la sigan pagando quienes más la sufren.