Fernando León de Aranoa me parece un excelente director de cine. He visto de él cuatro películas: las dos que dan título a esta entrada, y Familia y Barrio. En las cuatro hay varios elementos comunes y uno de ellos es el del sentido del humor, pese al trasfondo dramático que que contienen las historias que trata. De alguna manera -y a su manera- se inscriben en la tradición de humor negro que viene de lejos en el cine español. En una reciente entrevista, concedida a ctxt, el mismo director ha llegado a declarar que "El humor en El buen patrón sale del dolor".
La primera película que vi de él fue Los lunes al sol (2002), que fue la que le lanzó a la fama, pese a que con las dos anteriores, Familia (1996) y Barrio (1998), había cosechado éxitos en los premios Goya. Pero eso es lo de menos, al menos para mí. Sin profundizar en los aspectos puramente formales, Los lunes al sol marcó un hito en su momento, al poner de relieve la realidad en que estaba instalada la sociedad española en el tránsito de un siglo a otro, en pleno proceso de cambios. Era el momento en que podían verse las secuelas de los años de desindustrialización, iniciados durante los gobiernos presididos por Felipe González y, a la par, de nuestra entrada y encaje en lo que hoy es la Unión Europea. Los años en que la precarización laboral y el desempleo empezaron a ir unidos de la mano, también obra y gracia de esos gobiernos, y que continuaron con los presididos por José María Aznar. Se estaba -estábamos-, en fin, en los años de conformación del modelo neoliberal del capitalismo.
Pero Los lunes al sol reflejó algo que en el caso de El buen patrón (2021) ya no aparece. Se trata de la conciencia de clase, de pertenencia a la clase obrera y todo lo que eso conlleva... o conllevaba. La clase obrera, desde sus inicios a finales del siglo XVIII y a lo largo de los dos siglos siguientes, tuvo un doble proceso de formación. Uno, digamos que objetivo, como mano de obra en el sistema capitalista que hizo de la producción industrial la base principal de su expansión. El otro proceso tenía un carácter subjetivo, vinculado al despliegue de acciones y experiencias colectivas que puso en práctica para resistir, en primer lugar, y para mejorar sus condiciones de vida, después. Eso supuso que surgiera una forma propia de ver el mundo y, a la vez, de marcar unas perspectivas de futuro en las que la idea de igualdad se situaba como uno de los pilares. Fueron procesos lentos, con avances y regresiones, con anhelos y derrotas, con esperanzas y frustraciones, pero cargados de un encomiable espíritu de lucha. Procesos insertos en diversos y cambiantes contextos, dependiendo del país, del momento, de circunstancias concretas...
En Los lunes al sol puede verse a una clase ya derrotada, muy debilitada, castigada por el paro que, otra vez, se estaba tornando crónico y la precariedad laboral que iba ganando terreno. Pese a ello, mantenía una conciencia de solidaridad, de pertenencia a un grupo desde el cual podía, al menos, resistir y subsistir.
En El buen patrón, empero, esa solidaridad ha desaparecido. La mano de obra, antaño autodefinida como obrera, se ha convertido en una masa atomizada de individuos que actúan sin mirar a quienes tienen a su alrededor. Dueños de unas miradas que infunden entre miedo y dolor. Sus problemas se individualizan, se quedan en la esfera de la privacidad personal o familiar, y sin mostrar el sentido de empatía necesario cuando son otras las personas que los sufren. Es la constatación del triunfo del neoliberalismo. El poder que ha adquirido este sistema de tal envergadura, que ha sido capaz de robar lo que confería una identidad colectiva a la clase que explota. La clase obrera, la misma que fue obteniendo mejoras a lo largo de dos siglos, ya no es consciente de percibir han sido cercenadas, aminoradas o perdidas en unas pocas décadas.
En la película, a modo de una parábola basada en una fábrica de balanzas, esa clase se muestra inerme y hasta inerte. Pueden percibirse ecos del pasado en la acción en solitario de José, un trabajador que ha sido despedido de la fábrica, pero que ha decidido resistir y denunciar. Sus gritos desesperados nos llevan a lo que fue la tradición de la acción colectiva de su clase, pero en la realidad se quedan perdidos en el aire. Hay un atisbo de solidaridad en el vigilante que le ayuda a mejorar los mensajes que pretende transmitir. Pero al final, entre impotente e inocente, queda atrapado en las garras del patrón. El buen patrón, don Julio Blanco, que lo controla todo y que sabe encontrar siempre el equilibro de las cosas. En cualquiera de las formas: trucando, engañando, aparentando, sobornando, manipulando...
El equilibrio, sí, aunque sea precario.