No son muy frecuentes los libros de corta extensión que estén llenos de contenido. Es lo que ocurre con La historia oficial (Tafalla, Txalaparta, 2022), del escritor vasco Jonathan Martínez. Tomando prestado el título de una conocida película argentina de 1985, dirigida por Luis Puenzo, en el libro se suceden numerosas pequeñas historias, en ocasiones tratadas en varios capítulos, que acaban interconectadas entre sí, dando lugar a un tejido donde lo triste y lo dramático parece que supera a la esperanza. Todo un ejercicio literario por reconstruir episodios del pasado o, si prefiere, un ejercicio de memoria tratado literariamente.
Para el propio autor estamos ante historias "que los perdedores callaron una vez y para siempre". De esas gentes, reales todas, ahogadas y olvidadas en los relatos oficiales que crean quienes se han hecho con la victoria. Aparecen, así, personajes tan dispares como su abuela Rosario y su cuento del niño que no tiene miedo. Su abuelo Luis, que le regaló como un tesoro una caja de zapatos que contenía sus cuadernos de niñez. Emilio, hermano de su abuelo, que desapareció en 1937 cuando Vizcaya sucumbió a la llegada de las tropas sublevadas. O el maestro peripatético Teodoro, otro perdedor de la guerra, que en 1971, a dos años de su jubilación, fue reingresado en su puesto docente.
La chilena Marta Ugarte, devuelta por el mar y luego reconocida gracias a uno de sus dientes, tiene una presencia importante. Aparecen también Ainara y Mikel, inocentes víctimas de la tortura, como tantos otros recluidos en el Estadio Nacional de Chile, la ESMA de Buenos Aires, la prisión de Abu Ghraib en Irak o la base de Guantánamo en Cuba. Y lugares como Otxandio, Durango y Gernika, escenario de terribles bombardeos, como los habidos también en Vietnam, Irak o Afganistán.
Hay lugar para el recuerdo de lo ocurrido con el "cinturón de hierro" de Bilbao y la traición del ingeniero Alejandro Goicoechea. O con los vuelos de Ramón Salas Larrazábal en aparatos de la Lutwaffe y el lanzamiento de octavillas de rendición y bombas de castigo. O con el cura del pueblo salmantino de Brincones, amante de los "comercios carnales", mientras llamaba "ateos destructores de la Iglesia" a los misioneros laicos de la República.
Se suceden a lo largo del libro referencias a fosas comunes, cementerios, desapariciones, migraciones forzadas, bebés robados, libros quemados en la hoguera... Huesos, dientes, ADNs... Se viaja a pasados más remotos, como el del país de los vascos, entre el mito y la realidad de los ritos paganos y las brujas. No falta el mundo del cine a través de recuerdos de niñez, el programa ¡Qué grande es el cine! o películas como la ya referida La historia oficial, Fahrenheit 451 (François Truffautt, El espíritu de la colmena (Víctor Erice)...
Y está Nicolás Maquiavelo. Sí, el tan conocido autor de El príncipe, del que nos presenta, en retazos diferentes a lo largo del libro, una intrahistoria de su vida, marcada por una mezcla de desgracia en la derrota personal (tortura, cárcel, destierro, miseria...) y de su intento por redimirse y congraciarse con el poder.
Estamos ante relatos muy breves del mundo y las gentes que lo nutren, incluidas sus contradicciones. De esos trozos de un jarrón roto que se han ido recogiendo y que nos siguen desvelando secretos, desenterrando la desmemoria...y, ante todo, reivindicando a quienes les tocó perder.