martes, 4 de agosto de 2020

Trabajar de sol a sol... hasta morir (por lo de Lorca y tantos otros lugares)



“Yo tengo clavada en la conciencia, desde mi infancia, la visión sombría del jornalero. Yo le he visto pasear su hambre por las calles del pueblo, confundiendo su agonía con la agonía triste de las tardes invernales; he presenciado cómo son repartidos entre los vecinos acomodados para que éstos les otorguen una limosna de trabajo, tan sólo por fueros de caridad; los he contemplado en los cortijos, desarrollando una vida que se confunde con la de las bestias…; les he visto dormir hacinados en sus sucias gañanías, comer el negro pan de los esclavos, esponjando en el gazpacho mal oliente y servido como a manadas de siervos en el dornillo común,  trabajar de sol a sol, empapados por la lluvia en el invierno, caldeados en la siega por los ardores de la canícula…”.

Son palabras escritas hace más de un siglo por Blas Infante. De 1915, dentro de su obra Ideal Andaluz. Son una descripción de las condiciones de vida y trabajo de esa gran masa de personas que poblaban por entonces el campo andaluz, que en algunas provincias sumaban hasta la mitad de sus habitantes. Gente explotada por sus propietarios desalmados hasta la extenuación.

Hoy en nuestra tierra, como en la de otras comunidades, ya no forman una masa tan numerosa. La agricultura intensificada no requiere de tantas manos. Pero buena parte de los propietarios de la tierra sigue haciendo uso de ellas sin importarles sus vidas. Hoy esas gentes siguen trabajando de sol a sol, hacinadas en casuchas o habitaciones insalubres, malviviendo...

Nos lo cuentan y hasta podemos verlo en los campos costeros de Huelva, Málaga, Almería, Murcia, Lleida, Huesca... donde se cultivan frutas y verduras durante todo el año.

El otro día en Lorca (Murcia) un trabajador, nicaragüense de origen (podía haber sido rumano, nigeriano, marroquí..., podía haber sido una mujer...), fue abandonado moribundo en las puertas del hospital. No sobrevivió.