lunes, 20 de julio de 2020

Juan Marsé, un aprendiz de joyero que se hizo maestro de palabras




















Murió Juan Marsé, un escritor que se encuentra  entre quienes más obras de literatura he leído. Nada menos que 15: diez novelas, cuatro cuentos y un libro de recuerdos personales. 

Y por este orden cronológico: Últimas tardes con Teresa (Barcelona, Bruguera, 1981); Si te dicen que caí (Barcelona, Bibliotex, 2001); Canciones de amor en Lolita's Club (Barcelona, Círculo de Lectores, 2005); Un día volveré (Barcelona, Debolsillo, 2003); El amante bilingüe (Barcelona, Debolsillo, 2007); Ronda de Guinardó (Barcelona, Crítica, 2005); La oscura historia de la prima Montse (Barcelona, Argos-Vergara, 1979); Rabos de lagartija (Barcelona, Debolsillo, 2003); El embrujo de Shangha(Barcelona, Debolsillo, 2009); La muchacha de las bragas de oro (Barcelona, Debolsillo, 2009); Historia de detectives (Barcelona, Debolsillo, 2004); El fantasma del cine Roxy (Barcelona, Debolsillo, 2004); Teniente Bravo (Barcelona, Debolsillo, 2004); La gran desilusión (Barcelona, Seix Barral, 2004); El moco nacional (Babelia, 2018).

No pretendo hacer una disección de cada una de esas obras, pero sí me voy a detener en tres de ellas. Se trata de Últimas tardes con Teresa, Si te dicen que caí y Un día volveré. En todas ellas, como en la mayor parte de sus obras, Marsé nos presenta un universo variopinto de personajes que provienen de ámbitos sociales y culturales antagónicos, confrontando a quienes salen de los barrios populares barceloneses y quienes lo hacen de los burgueses. Cargados los primeros de derrotas pasadas, miserias presentes, anhelos de promoción social, frustraciones permanentes... Y los segundos, saliendo casi siempre airosos gracias a la malla que los protege en su condición social. Un Marsé que se muestra a la vez, rudo, transgresor, irónico, mordaz, tierno... Y que se autorrefleja o autorretrata parcialmente en algunos de los personajes, pero de los de raigambre popular, porque fue entre esa gente donde nació y creció durante los primeros años de su vida.     


Me inicié en sus libros con Últimas tardes con Teresa, que además fue la que inauguró su lista de premios. Narra la historia de la atracción de dos jóvenes de orígenes sociales antagónicos, pero que buscan/encuentran un nexo de unión. Él, Manolo, conocido como el "Pijoaparte", un muchacho de barrio entre macarra y delincuente de baja monta, que apunta hacia arriba. Y ella, Teresa, una "pija bien", sensu stricto, que quiere experimentar el sexo desde una perspectiva transgresora. 


Me encantó el relato de su niñez y adolescencia, en plena postguerra y el arranque del desarrollismo de los sesenta, que hizo en Si te dicen que caí, poniendo al descubierto la dureza de la vida en uno de los barrios llenos de gente derrotada tras la guerra civil, el de Guinardó. Y lo hizo de tal manera, que no pudo publicarse en España hasta 1976, muerto ya el dictador. Un título que alude a un verso del himno falangista y que hace de las aventis, los relatos de las aventuras entre reales e imaginadas de esos jóvenes, una novedad estilística original. Todo, para acabar con esos "Hombres de hierro, forjados en tantas batallas, soñando como niños".


Y me atrapó Un día volveré, escrita en 1982, cuando la transición ya se había consolidado, una especie de ajuste de cuentas con el pasado, reivindicando la postura de quienes, derrotados en la guerra y encerrados en las cárceles, no se resignaron. O, dicho en palabras de Rafael Chirbes, "el novelista se negaba a poner a los perdedores atrabajar al servicio del nuevo orden". Su "hoy ya no creemos en nada, nos están cocinando a todos en la olla podrida del olvido" que aparece al final del libro puede estar cargado de pesimismo, pero, dicho en palabras de Rafael Chirbes, "el novelista se negaba a poner a los perdedores atrabajar al servicio del nuevo orden"*. Como hizo años después otro novelista, Antonio Vázquez Montalbán, volviendo a tratar ese tema en El pianista (Barcelona, Debolsillo, 2004), con un resultado también excelente.


Se nos fue Marsé, maestro  del realismo literario, pero no homogéneo, sino en permanente evolución. Quien casi de niño se iniciara en el oficio de joyero, acabó transmutándolo, ya como maestro, en el trabajo con otro tipo de joyas, las hechas con palabras.  

*Rafael Chirbes, "De qué memoria hablamos"; en Carme Molinero (ed.), La Transición, treinta años después (Barcelona, Península, 2006).