
Estamos ante un homenaje a aquellas que participaron en la lucha guerrillera. A ese pelotón de las Marianas, dirigido por Celia Sánchez, que luego fue ministra en los primeros gobiernos revolucionarios. Donde estuvieron también Haydée Santamaría, fundadora de la Casa de las América y protectora de lo que fue desde finales de lo sesenta la Nova Trova Cubana. O Vilma Espín, presidenta de la Federación de Mujeres Cubanas y desde ella impulsora del aluvión de medidas que pusieron a las mujeres en pie de igualdad entre ellas mismas, sin distinción de raza, y en relación a los varones.
Un homenaje a quienes fueron poniendo su talento al servicio de la enorme tarea colectiva que tenían por delante. Como hizo la ya famosa Alicia Alonso en el mundo de la danza. O Leonela Relys, creadora del método de alfabetización de personas adultas "Yo sí puedo".
Un homenaje a las siguientes generaciones de mujeres, las que se vieron beneficiadas de los logros revolucionarios en materia laboral, educativa, sanitaria, cultural, deportiva... Y que fueron accediendo a las distintas profesiones y especialidades de la medicina, la biotecnología, la educación, las artes plásticas, la música, la danza, el deporte... Como Marta Ayala, directora del Centro de Investigación Genética y Biotecnología. O Beatriz Marcheco, directora del Centro Nacional de Genética Médica. O Zuleica Romay, directora del Instituto Cubano del Libro. O la directora de orquesta Idalgel Marchetti Placeres. O la artista plástica Zaida del Río...
También un homenaje a las feministas que hicieron valer desde la perspectiva de género la necesidad de hacer una revolución igualitaria donde quepa todo el mundo. A Isabel Moya, la primera catedrática universitaria en ese campo. A Mariela Castro, directora del Centro Nacional de Educación Sexual y artífice de una legislación favorable a las personas LGTBI.
Y un homenaje, cómo no, a esas mujeres anónimas que se ilusionaron con el triunfo de la revolución. Que se alfabetizaron o ayudaron a hacerlo en los primeros momentos. Que sufrieron las secuelas de la agresión imperialista en playa Girón. Como esa niña, Nemesia Rodríguez, que en 1961 perdió a su madre en un bombardeo y a sus zapaticos blancos. La misma que luego Jesús Orta Ruiz inmortalizó en su "Elegía de los zapaticos blancos": "Oídme la historia triste / de los zapaticos blancos... / Nemesia -flor carbonera- / creció con los pies descalzos. / ¡Hasta rompía las piedras / con las piedras de sus callos! / Pero siempre tuvo el sueño / de unos zapaticos blancos".