El otro día el papa Francisco, durante al entrevista de Jordi Évole en el programa "Salvados", se refirió a la homosexualidad. Lo hizo con dudas, teniendo incluso que matizar sus primeras palabras sobre el tema. Lejos de condenarla como pecaminosa, no mencionó expresamente la palabra enfermedad, pero se refirió a ella como algo raro y de la que era necesario que en los primeros años de vida fuese tratada por profesionales. Un marco demasiado estrecho y una frontera lo suficientemente difusa que permite que obispos, como el ya citado, promuevan distintas modalidades de terapias, que no dejan de ser una forma de calificar el hecho como enfermedad. Terapias que esconden una homofobia entre descarada y compasiva.
Considerar que la homosexualidad se cura, resulta degradante, porque atenta contra la dignidad de las personas. Sí lo requiere, sin embargo, la homofobia.