lunes, 13 de marzo de 2023

El cura que le gustaba lanzar borradores


De él escuchábamos de vez en cuando expresiones como "recordiam meam, chiribitam suam" (más o menos) o "cuando menos lo esperas, salta la liebre". Lo primero tenía que ver con sus clases de Latín y las pullas que pronunciaba cuando la cosa no iba bien. Lo segundo pertenecía a su faceta sádica -sí, así era-, cuando en clase lanzaba el borrador de madera contra algún alumno que se mostraba distraído. Una faceta que en otras ocasiones manifestaba con golpes en serie sobre nuestras cabezas con un diccionario de la lengua clásica o una regla de pequeño tamaño si la respuesta no era la correcta. Fue también profesor de Religión y ahí fue donde se alejaba de los rigores que mostraba en las declinaciones, formas verbales y traducciones. Lo recuerdo en su apuesta por los trabajos personales y la buena estima que solía tener de los que le entregaba. Fue en 4º cuando realicé uno dedicado a los santuarios marianos en España, para lo que construí un enorme mapa en el que iba reflejando lo que encontraba en el Espasa-Calpe y en los numerosos folletos turísticos que teníamos en casa, algunos de  los cuales me sirvieron para ilustrarlo. O en 5º, cuando plasmé mi visión de las injusticias en el mundo poniendo el acento en las miserias del Tercer Mundo y señalando que tan malo era la persecución en la URSS de Alexander Solzhenitsyn como el encarcelamiento en Uruguay de Juan Carlos Onetti. En medio, durante el verano que separó ambos cursos, con él conocimos el bautismo de la montaña, ascendiendo al paraje de Hoya Moros. Cuando nos instalamos en en las tiendas de campaña, nos repetía sin cesar un "¡Cuidado con los vientos!", lo que al principio nos provocó tanta gracia. Tras mi marcha del colegio en 1974 apenas volví a verlo. Pasados bastantes años me enteré de su jubilación en la docencia, lo que no fue óbice para que siguiera manteniendo responsabilidades cuasi honoríficas en la orden religiosa a la que perteneció. No hace mucho supe que había muerto.