
Dicho esto, considero que la situación es muy difícil. Conviene no olvidar que la inicial estabilidad del gobierno, al margen de la circunstancia del apoyo de un grupo conservador, deriva fundamentalmente del plus de 50 escaños que la ley electoral ofrece al partido ganador. Syriza ha obtenido algo más de un tercio de los votos y con el 5,5% del KKE (comunista) la izquierda se queda en un 41,8% del cuerpo electoral. Ambos grupos, además, están muy distanciados. El KKE no quiere saber nada de Syriza, a la que acusa de reformista y proeuropea. Los cinco grupos de la derecha, incluyendo al fascista Aurora Dorada y el Griegos Independientes, suman el 46,7%. Los restos del naufragio del PASOK apenas han obtenido, por separado, el 7,1%.
Pretender poner el punto de mira en la alianza con un grupo conservador resulta imprudente. Lo importante ahora son las decisiones económicas que frenen el austericidio al que está sometida la mayoría de la población, con un paro cercano al 30%, una caída vertiginosa del poder adquisitivo, unos recortes sociales brutales y el empobrecimiento creciente de amplios sectores de la población. Ahora mismo en Grecia está planteado un pulso muy duro y el nuevo gobierno merece un voto de confianza para que pueda concretar sus medidas y desarrollarlas. Un pulso que trasciende a la propia Grecia y puede ser un referente importante para el devenir de otros países y de la propia Unión Europea.
Hoy Tsipras ha acudido a homenajear a las víctimas de la resistencia contra el nazismo. Un gesto muy simbólico contra un peligro presente en Grecia. Pero le queda lo peor. Todo un reto. Aun con ello, la victoria de Syriza abre una puerta a la esperanza.