domingo, 12 de febrero de 2012

Romeo y Julieta: una lectura materialista del mito del amor romántico

La obra Romeo y Julieta escrita por William Shakespeare está enmarcada en una tradición de historias que viene de la Antigüedad clásica con mitos como los de Píramo y Tisbe, y Hero y Leandro que Ovidio reflejó, respectivamente, en sus Metamorfosis y Heroidas. En la tradición medieval germánica surgió la historia de Tristán e Isolda, que en el siglo XIX Wagner inmortalizó en una de sus óperas más famosas, y hasta la  propia historia de Romeo y Julieta hinca sus raíces en la literatura italiana de esa época, de manera que a lo largo de los siglos varios autores fueron aportando elementos que después acabaron fundiéndose en la historia que Shakespeare elevó a una categoría de dimensión universal. Así, a principios del siglo XIV Dante ya se refirió en la Divina Comedia, en el Canto VI del “Purgatorio”, a las disputas entre montescos y capuletos. En el XV Masuccio de Salerna, dentro de su colección Il Novellino, escribió un cuento con la historia de Mariotto y Giannozza, en el que aparece un monje con una pócima para fingir la muerte de la amada. En el siglo siguiente Luigi da Porto, autor de Historia novellamente ritrovata di due nobili amanti, sitúa como protagonistas de su novela a Giulietta y Romeo, siendo finalmente Mateo Bandello quien acabó inspirando la historia de la celebérrima pareja de amantes de Verona a través de la traducción que el inglés Arthur Brooke hizo de su obra con el título The Tragical Historie of Romeus and Juliet.

En la literatura española se encuentran varias historias de amores con final trágico. Entre las más conocidas están la de los amantes de Teruel, que, aprovechando una leyenda medieval, fue tratada en el siglo XVI por el valenciano Andrés Rey de Artieda, en el XVII por Tirso de Molina y Juan Pérez de Montalbán, y en el XIX por Juan Eugenio Hartzenbusch. Y cómo no nombrar a la obra escrita a finales del siglo XV por Fernando de Rojas, la Tragicomedia de Calisto y Melibea, más conocida como La Celestina.

¿Qué hay detrás de la historia de Romeo y Julieta, si es que tiene que haber algo más allá de una historia de amor al uso? Voy a intentar trazar unas líneas de recorrido y posibles paralelismos en tres de estas historias: la de Romeo y Julieta, la de Isabel de Segura y Juan de Marcilla, y la de Calisto y Melibea. En los tres casos tratan de amores que acaban siendo imposibles, como prueban las muertes de sus protagonistas. También las tres historias provienen de la plena edad media, aunque las obras literarias que las han hecho famosas pertenecen a la modernidad de la historia que recorre los años finales del siglo XV y la totalidad de los dos siguientes.

Los argumentos tienen matices que los diferencian entre sí. En Los amantes de Andrés Rey de Artieda  hay un amor que tiene su origen desde la niñez, pero que tiene un momento de duda cuando Isabel, ya casada con otro varón, rechaza a un Juan que llega cumplidor con el reto que le había impuesto el padre de ella. Es la muerte desesperada de éste lo que provoca la posterior de Isabel, ya arrepentida de su desliz, dando origen a un amor que perdurará en la eternidad de la leyenda:

Si la materia dicen que no es alta,
pues para hablar de Príncipes, y Reyes,
el hombre, y reyno a los Amantes falta,
miren los que ordenaron esas leyes,
que sacar al theatro vn Minotauro
fue mandarnos tratar con simibueyes.
Aquí no hay hydra, furia, ni Centaruro,
solo hay un cauallero, y vna dama,
que pretenden quitar a Laura el lauro.

En La Celestina hay un primer momento en que Melibea rechaza a Calisto, aunque el conjuro de Celestina la inocula de un amor intenso que no puede acallar el juego de intereses que acaba siendo su perdición:

CALISTO: En esto veo, Melibea, la grandeza de Dios.
MELIBEA: ¿En qué Calisto?
CALISTO: En dar poder a natura que de tan perfecta hermosura te dotase y hacer a mi inmérito tanta merced que verte alcanzase y en tan conveniente lugar, que mi secreto dolor manifestarte pudiese. Sin duda, incomparablemente es mayor tal galardón que el servicio, sacrificio, devoción y obras pías que por este lugar alcanzar tengo yo a Dios ofrecido, ni otro poder mi voluntad humana pueda cumplir. ¿Quién vio en esta vida cuerpo glorificado de ningún hombre como ahora el mío? Por cierto, los gloriosos santos que se deleitan en la visión divina no gozan más que yo ahora en el acatamiento tuyo. Mas -¡oh, triste!- que en esto diferimos: que ellos puramente se glorifican sin temor a caer de tal bienaventuranza y yo, mixto, me alegro con recelo del esquivo tormento que tu ausencia me ha de causar.
MELIBEA: ¿Por grande premio tienes esto Calisto?
CALISTO: Téngolo por tanto verdad, que si Dios me diese en el cielo la silla sobre sus santos, no lo tendría por tanta felicidad.
MELIBEA: Pues aún más galardón te daré yo, si perseveras.
CALISTO- ¡Oh, bienaventuradas orejas mías qué indignamente tan gran palabra habéis oído!
MELIBEA: Mas desventuradas de que me acabes de oír. Porque la paga será tan fiera cual merece tu loco atrevimiento. Y el intento de tus palabras Calisto, ha sido ingenio de tal hombre como tú haber de salir para perderse en la virtud de tal mujer como yo. ¡Vete! ¡Vete ahí, torpe! Que no puede mi paciencia tolerar que haya subido en corazón humano conmigo el ilícito amor comunicar su deleite.
CALISTO: Iré como aquel contra quien solamente adversa fortuna pone su estudio con odio cruel.

En Romeo y Julieta, hasta que un infortunio acaba provocando el trágico fin, todo fue repentino y no hubo dudas desde el principio entre sus protagonistas:

ROMEO: Si profano con mi indigna mano este sagrado santuario –pecado de amor es éste-, mis labios, peregrinos ruborizados, están dispuestos a hacer penitencia por este áspero toque con un tierno beso.
JULIETA: Buen peregrino, haces mucho agravio a tu mano, que muestra en esto una apropiada devoción; pues hasta los santos tienen manos que tocan las manos de los peregrinos, y al tocar palma con palma es el santo beso de los palmeros.

Profundizando en los personajes y en las razones que pudieron existir para que dos jóvenes pudieran amarse sin tener que verse bajo el sometimiento de impedimentos inexorables, fui descubriendo varias cosas que tienen que ver más con la realidad material de las relaciones sociales. En los amantes de Teruel sus protagonistas pertenecen a estratos diferentes de la nobleza: Isabel es una muchacha de una familia del patriciado de la ciudad que, además, acaba casándose con el señor de Albarracín, mientras que Juan lo es de una familia de la baja nobleza al que se le ofrece como prueba para conseguir a su amada el ascenso social por la vía de las aventuras armadas. Calisto y Melibea también pertenecen a ese patriciado, por lo que tienen el mismo nivel de riqueza, pero en algunas de las interpretaciones se han planteado diferencias o matices que pueden tener cierta significancia: Calisto es de una familia cristiana vieja, pero en proceso de pérdida de identidad social, al ser un joven ocioso alejado de la carrera de las armas que sus antecesores habían cumplido escrupulosamente; Melibea lo sería de una familia conversa y representaría una nueva dimensión social, en la medida que el padre estaría vinculado a los negocios mercantiles.

¿Y en Romeo y Julieta? En los dos casos se trata de miembros de sendas familias del patriciado urbano de la ciudad de Verona dedicadas a actividades mercantiles, muy propio de las ciudades del norte de Italia, pero que son, sin embargo, rivales por tradición. Montescos y Capuletos llevan enfrentados desde siglos atrás, algo que, por distintas razones, caracterizó a muchas ciudades del occidente europeo, donde se formaron bandos irreconciliables que fueron origen de conflictos permanentes, a la vez que también lo fueron de leyendas que acabaron siendo fuente de numerosas obras literarias. En esta historia tampoco falta un ingrediente social, muy propio de la época en los territorios meridionales de Europa, como es el acuerdo de matrimonio que la familia capuleto fija para su hija con un miembro de la alta nobleza. Dicho en otras palabras, un ejemplo  más del interés por ennoblecerse de una parte de la burguesía de la época, traicionando así sus orígenes a cambio del prestigio que conferían los títulos nobiliarios.

La historia de los capuletos, la familia de Julieta, y de los montescos, la de Romeo, es la continuación del viejo enfrentamiento entre güelfos y gibelinos, que arranca en la península Itálica del siglo XII, cuando las disputas entre los emperadores del Sacro Imperio Románico Germánico y los papas de Roma por hacer valer la primacía de los poderes que representaban acabaron conformando dos bandos en permanente disputa. Los señores de Waiblingen, un nombre cuya vulgarización acabó en italiano como gibelino, procedían de Suabia y acabaron ocupando el trono del imperio, a costa de la casa bávara de los Welfen, cuya vulgarización derivó en güelfo. Los primeros buscaron acentuar la supremacía del imperio frente al papado, mientras que los segundos pretendían que este último fuera una fuerza de equilibrio frente al poder nobiliar. Las ciudades italianas, lugares tradicionales de paso de los séquitos imperiales camino de la consagración en Roma, se convirtieron en elementos de disputa entre gibelinos, defensores de la supremacía imperial, y güelfos, la del papado. Y en la historia que nos ocupa, los capuletos de Julieta pertenecían al bando güelfo, mientras que los montescos de Romeo lo eran del gibelino. He aquí expuestas, pues, unas razones, no sé si plausibles, pero con alguna lógica de un amor que, por imposible, ha sido objeto de veneración en el campo de la literatura.

Entre los numerosos interrogantes que me he planteado, uno ha sido  el del papel jugado por fray Lorenzo. Recientemente Alicia Alonso ha hecho una adaptación de la obra musical de Charles Gounod con el título Shakespeare y sus máscaras. Indagando en las profundidades de lo que siempre se ha calificado como una historia de amor imposible entre dos amantes atados por el destino, la artista cubana ha querido centrar la clave de la historia en el peso de unas circunstancias heredadas del pasado, más que en la oposición paterna en sí misma, interpretando como inútil el puente que pretendió crear fray Lorenzo para que el brote del amor pudiera acabar floreciendo.

Es cierto que el fraile es una de las piezas importantes de la obra como mediador en los sueños de la joven pareja, cómplice del casamiento secreto, testigo de la consumación de la carne e instigador de una treta cuasi diabólica para eludir el matrimonio concertado por la familia capuleto. Alicia Alonso ha comentado al respecto algo que puede ser tenido en cuenta:

Romeo y Julieta no intentan un diálogo con sus padres porque no lo consideran posible, y en el caso particular de Julieta -en su condición de mujer- es casi impensable. Sin el recurso del filtro le hubiera sido muy difícil resistir al matrimonio impuesto. Y elige la opción que el fraile le ofrece, aunque para ella el despertar es tan incierto como el porvenir.

¿Es un fraile trasgresor? ¿Es sólo un elemento más del cuadro de personajes, utilizado para aderezar la trama teatral? ¿O se trata de un cobarde arrepentido por el tremendo embrollo que ha creado y del que no sabe cómo salir? Veamos cómo lo cuenta Shakespeare cuando pone en boca del propio protagonista, una vez que han muerto Romeo y Paris:

Oigo ruido. Señora, salid de ese sitio de muerte, peste y sueño antinatural; un poder más grande de lo que podemos resistir ha malogrado nuestros intentos; venid, vámonos, tu esposo yace muerto en tu regazo, y también Paris; ven, te pondré en un convento de santas monjas. No te pares a preguntar, porque viene la guardia; vamos, ven, buena Julieta; no me atrevo a quedarme más (Se va).

Todo un intento para que Julieta regrese a la normalidad de lo establecido, como si lo ocurrido hubiera sido sólo un sueño.

Romeo y Julieta fueron víctimas de un mundo y una clase social donde se daban pocas posibilidades de autonomía individual, fuera de las convenciones marcadas a cada cual de sus miembros. Julieta, además, lo fue de la tiranía de un mundo dominado por los varones, donde ser mujer, aunque lo fuera de la clase dominante, suponía estar sometida a la autoridad paterna y del marido cuando lo hubiere. La rebeldía individual en todos estos casos acababa siendo el suicidio, el ritual que ponía fin al infortunio y que se ha interpretado, en la más pura tradición de la tragedia, como la prueba de un destino que se consideraba prefijado e inamovible.


Bibliografía

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