martes, 3 de septiembre de 2019

Murió Immanuel Wallerstein

























Como si toda una generación del pensamiento progresista estuviera a punto de desaparecer físicamente, hace unos días murió Immanuel Wallerstein. Uno de los grandes. Sociólogo de formación, llegó a dar forma a un planteamiento de la historia, basado en los sistemas-mundo, que fue recogido con fuerza por una parte de la historiografía. Se centró fundamentalmente en el análisis del capitalismo y como tal se convirtió en uno de los analistas del presente más prestigiosos. 


Heterodoxo para mucha gente del campo del marxismo intelectual, su propuesta de análisis histórico desde los sistemas-mundo se ha convertido ya en clásica. Con raíces en quien fue su maestro, Fernand Braudel, uno de los pioneros de la Escuela de Annales, participó en la concepción circulacionista del análisis de los orígenes del capitalismo, lo que conllevaba la consideración de que era el intercambio de productos, y no la producción en sí, lo que había ocasionado su nacimiento. Se oponía, así, a la concepción, más propia del marxismo, que consideraba que eran las relaciones de producción y, por tanto, la producción las que lo explicaban. Fue famoso el debate que en los años setenta protagonizaron quienes se posicionaban en uno u otro lado, dando lugar a un enriquecimiento del conocimiento histórico importante. 

Wallerstein concretó su teoría en la obra El moderno sistema mundial, que fue apareciendo a lo largo de los años en cuatro volúmenes. Poseo y he leído los dos primeros, referidos, respectivamente, al siglo XVI (La agricultura capitalista y los orígenes de la economía-mundo europea; Madrid, Siglo XXI, 1984) y los años 1600-1750 (El mercantilismo y la consolidación de la economía-mundo europea; Madrid, Siglo XXI, 1984). No he llegado a leer, sin embargo, los otros dos: La segunda era de gran expansión de la economía-mundo capitalista, 1730-1850; y Centrist Liberalism Triumphant, 1789-1914

A diferencia de Braudel, introductor del concepto de la larga duración y con ello de la economía-mundo, extensibles al conjunto del tiempo histórico, para Wallerstein sólo ha habido una economía-mundo: el capitalismo europeo surgido en el siglo XVI. Lo habido en los cinco mil años anteriores habrían sido imperios, un medio primitivo de dominación económica. Los imperios conllevaban una unificación política interna, "cuya fuerza se basaba en el hecho que garantizaba flujos económicos desde la periferia hacia el centro por medio de la fuerza (tributos e impuestos) y de ventajas monopolísticas en el comercio. Su debilidad yacía en que la burocracia necesaria para su estructura política tendía a absorber un exceso de los beneficios".

Para Wallerstein lo que hizo la economía-mundo del capitalismo fue "ofrecer una fuente alternativa y más lucrativa de apropiación del excedente", de manera que los  estados ya no son la empresa económica central, sino el medio que permite asegurar los intercambios. La Edad Media europea habría sido, de esta manera, el preludio de la eclosión que se inició a finales del siglo XV y a lo largo del XVI. El proceso de feudalización anterior había acabado con lo que había sido el imperio romano, debilitando el poder político centralizado. Liberada Europa del lastre de la burocracia política, se abrió el campo de los intercambios desde un espacio que aunó el Mediterráneo (especialmente en las ciudades italianas), el noroeste y el norte (Inglaterra, Francia, Flandes, la región Rin-Elba) e incluso el este (a través de las ciudades de la Hansa), y se extendió hacia América. La dimensión geográfica del sistema-mundo capitalista fue en aumento y, a la vez, estableció diferencias en su seno entre el centro y la periferia.

Tal planteamiento desvinculó la ecuación revolución industrial/sistema capitalista, con el siglo XVIII como momento en que se inició el gran cambio;  y relativizó la consideración de la revolución francesa como principalmente burguesa, calificándola como radical en sus formas y en sus objetivos. 

Como analista del capitalismo, Wallerstein no olvido en ningún momento el momento presente. Fue autor de numerosos trabajos en los que buscaba dar explicaciones a la realidad actual, tan cambiante, eso sí, en las últimas décadas. Trabajos que dio forma como libros, artículos o conferencias. Desde Rebelión he podido acceder a una gran cantidad de sus escritos, en los que ha ido tratando esa realidad cargada de recovecos y entre los que se movió con agilidad y perspicacia. 

Uno de sus temas favoritos ha sido el análisis de EEUU como imperio político y, a la vez, como el centro de la economía mundo. En su libro La decadencia del imperio. EEUU en un mundo caótico (Tafalla, Txalaparta, 2005), escrito durante el mandato presidencial de George Bush jr., trazó las coordenadas de un mundo cambiante, esto es, en transición. Se refirió por ello a la nueva etapa globalizada del sistema-mundo, las relaciones entre los componentes del centro de ese sistema o las consecuencias derivadas sobre los países de la periferia, sin que faltara una crítica a la intelectualidad progresista. Fue claro a la hora de considerar el racismo como "la forma primaria para distinguir a quienes tienen derechos (o más derechos) y a los otros, que no tienen derechos o tienen menos".

Activo políticamente en las últimas décadas, acompañó a los foros alternativos internacionales y llegó a mostrar sus simpatías por movimientos como el zapatista mexicano. Siempre insistiendo en la necesidad de renovar los planteamientos de la izquierda, superando los que décadas atrás dejaron de servir, apostando "por un mundo relativamente democrático, relativamente igualitario", como un mundo así posible.